Siempre quise escribir algo sobre Steve McQueen, ícono cinematográfico que descubrí hace más de 25 años. Recuerdo que mi papá se había comprado su primer VHS, equipo que llevó con entusiasmo a la playa. La incorporación de dicho aparato fue un acontecimiento, sobre todo al considerar que en aquel tiempo estaba empezando la era de los videoclubes. Primero con la cadena Errols, para luego continuar con la extinta Blockbuster. Era periodo de vacaciones y de omisión de estudios. Sin embargo, tuve otro tipo de educación en aquel verano, una que me acercó a la cinematografía, ya que mi padre junto a mi hermano arrendaron más de 40 películas, de distintos géneros y autores, en pocas semanas. Entre todo aquel cúmulo de conocimiento cinematográfico me llamó la atención la carátula del filme Papillon. Vi un par de imágenes de un hombre rubio de intensos ojos azules, quien estaba aislado en lo que parecía ser una cárcel. En aquel momento sentí que estaba viendo algo importante o más bien momentos que sobresalían de la pantalla gracias a la capacidad interpretativa de un actor de quien, en ese entonces, sabía poco o nada. Luego, con los años vi otros filmes de dicho sujeto en el televisor. Se trataba de Steve McQueen, el arquetipo del macho recio, heroico y de pocas palabras.
La historia del cine está repleta de actores que se han transformado en leyendas, cuya presencia en la pantalla suele obnubilar a los demás. McQueen era uno de ellos, ya que durante su carrera demostró lo que significaba ser cool, además de un nuevo modelo de héroe de acción. Las mujeres quería estar con él y los hombres queríamos parecernos a él. También era un actor que transmitía testosterona, adrenalina y peligro, pero también cierta fragilidad solapada, la cual lo hacía verse más grande, preciso y con las palabras exactas.
McQueen vivió al límite y en sus propios términos. Según sus cercanos, colegas y familiares podía ser el sujeto más violento del mundo, pero también el más encantador. Durante dos décadas iluminó la pantalla con sus interpretaciones, siendo la mayoría de ellas con pocos diálogos, pero de gran impacto gracias a su presencia, movimientos y miradas. Él era consciente de dicha versatilidad y también de dicho magnetismo. No era un actor shakespereano al estilo de Lawrence Olivier, pero aquello nunca importó mucho porque desde sus inicios supo vincularse con la audiencia a partir de la admiración y el respeto. McQueen hacía sus propias acrobacias, nunca fue del establishment hollywoodense y siempre hizo lo que quiso, tanto a nivel profesional como familiar. Vivió una vida intensa, pero su final también fue anticipado y algo trágico. Un cáncer fulminante término por derrotarlo con apenas 50 años. Siempre me he imaginado qué otros roles podría haber interpretado durante su madurez. Nunca habrá un actor igual a McQueen y, probablemente, aquella sentencia demuestra el impacto socio cultural y artístico de su legado. Sus filmes importantes son muchos, pero aquí describo aquellos que suelo revisar una y otra vez, y que deberían ser materia obligada de todo cinéfilo.
Los siete Magníficos (1960): el calvo Yul Brynner era el protagonista principal, pero finalmente Steve McQueen se llevó todas las miradas. El reparto era de lujo -Eli Wallach, James Coburn, Robert Vaughn, Charles Bronson- y la dirección estaba a cargo del competente John Sturges, artesano especialista en cintas de acción. La clásica partitura del compositor Elmer Bernstein y la acertada dirección convirtieron a este filme en una cinta esencial del género western y que tuvo la osadía de sustentarse en un relato coral, el cual funciona gracias a la complicidad de sus protagonistas. En ello fue clave la presencia de McQueen, quien aprovechó cada momento para resaltar sobre Brynner, ya sea a través de gestos y miradas.
El Gran Escape (1963): McQueen otra vez bajo la dirección de John Sturges, pero esta vez de protagonista. Sin duda, el filme más entretenido sobre el subgénero de campo de prisioneros en la Segunda Guerra Mundial. También se repite la especialidad de Sturges del relato coral, esta vez en torno al citado McQueen, James Garner, Richard Attenborough, Charles Bronson, Donald Pleasence y James Coburn. Suspenso, aventura y un McQueen en estado puro con aquella inolvidable escena en motocicleta, ya sea esquivando nazis o saltando cercas de púas. El Gran Escape es un filme que mantiene su frescura intacta y con un lenguaje cinematográfico que hoy es un modelo para filmes de acción. Es imposible sacarse este filme de la cabeza y menos la partitura, una vez más, de Elmer Bernstein, la que es un referente indiscutido de la cultura popular.
The Cincinnati Kid (1965): En su primera colaboración con Norman Jewison, Steve McQueen se rodeó de dos de las mujeres más lindas del Hollywood de los años sesenta: Ann-Margret y Tuesday Weld. Aquí McQueen desafía a uno de los mejores jugadores de póker -interpretado por el legendario Edward G. Robinson- en un duelo que demuestra en pantalla lo que podía llegar a ser la presencia interpretativa de McQueen. Además, el filme estila sensualidad, sobre todo gracias al huracán sexual que fue en aquella época Ann-Margret. Buenas escenas y una dirección elegante hacen de este filme un clásico para los amantes de las cartas.
The Sand Pebbles (1966): McQueen consiguió su única nominación al Oscar con esta película dirigida por el versátil Robert Wise (La Novicia Rebelde). La historia del filme, también conocido en Chile como El Cañonero del Yangtze, se ambienta en un barco estadounidense en medio de la convulsionada China de 1926. McQueen interpreta a Jake Holman, un marino ingeniero a cargo de la maquinaria de la nave. Se trató de uno de sus primeros roles dramáticos a partir de una historia con muchos mensajes sobre la intervención norteamericana en países extranjeros, así como algunas ideas sobre el militarismo, pacifismo y la política. The Sand Pebbles es un filme complejo y muy contemporáneo en su propuesta narrativa. McQueen deja de lado la acción y la aventura. En vez de ello, privilegia la contención en medio de un relato trágico y sombrío. Considero que se trata de una de las grandes epopeyas cinematográficas de los años 60, la cual no tiene nada que envidiar a obras como Lawrence de Arabia. Holman es un solitario que vive el día a día, y quien además se resiste a cualquier compromiso ideológico o político hasta que las circunstancias comienzan a evidenciar su ausencia de posturas. En esta película se ve a McQueen más frágil que nunca y con muchos demonios, personales o no, en la cabeza. También es inolvidable la partitura de Jerry Goldsmith, la cual inquieta y anticipa el tono sombrío de la historia. Sin duda, mi filme favorito de McQueen. ¡Una obra excepcional!
Bullitt (1968): Es cierto que la historia de este filme dirigido por Peter Yates (El Vestidor) es un poco absurda, pero eso no importa porque tiene momentos prodigiosos: una de las mejores persecuciones en auto rodadas en cine gracias a una gran montaje, la belleza de Jacqueline Bisset, el score de Lalo Schifrin, una excelente secuencia de créditos y a McQueen interpretando a Frank Bullit, ícono cultural que perdura hasta la actualidad. El filme es vertiginoso y la presencia del actor es intensa en cada escena. Bullitt es el héroe de acción cool y el antecesor de John McClane (Duro de Matar) y de Martin Riggs (Arma Mortal).
The Thomas Crown Affair (1968): Otra vez bajo la tutela de Norman Jewison, pero esta vez con terno y corbata. McQueen nunca se había puesto un traje y tenía dudas sobre interpretar a un millonario seductor. El resultado superó las expectativas de todos los involucrados en este proyecto, ya que el rubio actor logró transmitir encanto y garbo en un entretenido filme sobre engaños y romance, y que además tiene una de las escenas más eróticas rodadas hasta ese entonces: McQueen jugando ajedrez con Faye Dunaway, mientras ésta desliza su mano por una de las piezas sobre el tablero.
Le Mans (1971): Filme con ausencia de historia, personajes y diálogos, y que más que nada representó la pasión y obsesión de McQueen por el automovilismo y la velocidad. EL actor tuvo la intención de hacer el mejor filme sobre carreras de auto, uno que condujera al espectador directamente a la adrenalina que implica este tipo de competición. El resultado fue extraño, si bien es innegable que la obra tiene secuencias increíbles que grafican muy bien lo que significa este tipo de deporte. Sin embargo, algunos años antes el cineasta John Frankenheimer rodó Grand Prix con mejores resultados. Aun así, Le Mans se deja ver y permite comprender un poco más cuáles eran los intereses de McQueen a nivel visual y personal. Un imperdible del año 2015 es Steve MacQueen: The Man & Le Mans, documental que permite comprender un poco más esta obra adelantada al año de su estreno.
The Getaway (1972): McQueen en medio de la violenta cámara lenta de Sam Peckinpah. Thriller vertiginoso sobre un robo con un McQueen interpretando a un antihéroe que enamoró, tanto en pantalla como fuera de ella, a Ali MacGraw. Referente indiscutido de Quentin Tarantino y sus Perros de la Calle. The Getaway fue uno de los trabajos más inspirados de Peckinpah luego del batatazo de La Pandilla Salvaje y que en los noventa tuvo un pobre remake con Alec Baldwin y Kim Basinger en los roles protagónicos.
Papillon (1973): Steve McQueen retorna con su mejor calidad interpretativa desde los tiempos de The Sand Pebbles en este filme sobre prisioneros en la mítica Isla Diablo, en Guyana Francesa. El filme, dirigido por Franklin J. Schaffner (Patton), se basa en la historia verdadera sobre maltrato y vejaciones a reos en dicha zona geográfica entre los años 1852 a 1938. En esta ocasión, McQueen compartió pantalla con Dustin Hoffman con quien escenificó grandes duelos interpretativos. Ojo con los momentos de McQueen en aislamiento en una celda, en donde queda patente su rango como actor, en especial su transformación física. Una película muy humana con un final desgarrador. ¡Imperdible!
Infierno en la Torre (1974): McQueen comparte créditos con su coetáneo Paul Newman en el mejor filme del subgénero de desastres bajo la batuta del director John Guillermin. McQueen se reservó el rol heroico del jefe de bomberos que a toda costa trata de extinguir el fuego en un enorme rascacielos. Escenas de trepidante acción hacen de este filme producido por Irwin Allen (El Desastre del Poseidón) un clásico del cine a gran escala de la década del 70´.
The Hunter (1980): Película menor de la filmografía de Steve McQueen, pero que vale la pena ver porque se trata de su despedida. El cáncer ya estaba haciendo estragos en la vida del intérprete, aspecto que se nota en cada una de sus escenas. En esta ocasión interpreta al real caza recompensas Ralph “Papa” Thorson en una historia que destaca en algunas secuencias de acción, en particular sobre un tren en la ciudad de Chicago. Hasta cierto punto, McQueen se mofa de su propia condición de macho y del modelo de héroe de acción que ayudó a crear en el pasado. La experiencia de ver The Hunter no es fácil, ya que muestra a una leyenda en su ocaso, uno que fue demasiado injusto y efímero. McQueen finalizó su carrera como actor de modo discreto, pero también en forma…quizá esperando una nueva oportunidad y desafío como el gran actor que era.