El 26 de septiembre de 2016 se cumplió el octavo aniversario de la muerte de Paul Newman, aquel monstruo del celuloide que definió nuevos parámetros en la calidad interpretativa cinematográfica de la mano del Actors Studio, y de la influencia de actores de la talla de Marlon Brando y James Dean. Cuando en la industria del cine nos referimos a la denominación “actor del método” es inevitable asociar dicho término con la figura de Paul Newman, sobre todo al considerar la vívida galería de personajes que nos entregó durante su carrera y que hicieron de su nombre una leyenda, quizá una de las últimas del cine clásico estadounidense.
Los personajes escenificados por Newman fueron hombres rebeldes agobiados por la culpa y, en parte, héroes redimidos que en su soledad luchaban contra las injusticias. Inolvidables fueron sus caracterizaciones, entre ellas, el atormentado Brick Pollitt (El Gato sobre el Tejado Caliente de Zinc), el sagaz Eddie Felson (The Hustler y El Color del Dinero), el buscapleitos Hud Bannon (Hud), el rebelde Luke (Cool Hand Luke) y el intrépido arquitecto Doug Roberts en La Torre del Infierno. Tenemos que agregar que también fue clave para el desarrollo y complejidad de dichos personajes el increíble olfato de Newman al aceptar proyectos cinematográficos de primer nivel a cargo de los mejores cineastas estadounidenses de los años 50´, 60´ y 70` -Alfred Hitchcock, Martin Ritt, Sidney Lumet, Richard Brooks, George Roy Hill, Sidney Pollack y Martin Scorsese por nombrar sólo algunos-, quienes descubrieron su talento y el magnetismo de su penetrante mirada.
Recuerdo con nostalgia cuando me topé, por primera vez, con la experiencia de La Gata sobre el Tejado de Zinc (1958). Fue un verdadero ´Tour de Force´, un golpe a mis sentidos en donde el límite entre realidad y ficción no pude definir. La vida misma salía de la pantalla por medio de Brick Pollit (el rol encarnado por Newman), cuya autodestrucción y frustración hacia su padre (Burl Ives) me dejó sin aliento. También tuve una sensación similar con El Veredicto (1982), donde un maduro Newman personificaba al abogado Frank Galvin, quien después de llegar al escalafón más bajo de la inmoralidad humana consigue redimirse como profesional y, sobre todo, como hombre.
Para comprender a Newman es necesario citar la famosa anécdota sobre sus desavenencias con Alfred Hitchcock durante el rodaje de La Cortina Rasgada (1966). En una escena del filme el director inglés quería que Newman simplemente mirara por una ventana, pero a éste sólo le interesaba saber cuál era su motivación para preparar la toma. Ante dicha inquietud Hitchcock no tenía respuesta porque no creía en las corrientes interpretativas y menos en el método interpretativo que defendía el protagonista de Butch Cassidy and The Sundance Kid (1969), el cual se basa en la evocación de las propias experiencias de los actores para la construcción de sus caracterizaciones. Lo cierto es que el director de La Ventana Indiscreta, a pesar de las diferencias creativas que mantenía con su protagonista, amaba a los actores y logró sacar partido a las condiciones físicas de Newman en una de las escenas más elaboradas y memorables del género de suspenso (el asesinato de un agente de la Stasi por medio de algunos artefactos y utensilios de una cocina).
Paul Newman era un actor de actores y un incansable ícono del cine que trabajó hasta el final de sus días (un ejemplo de ello fue la estupenda miniserie Empire Falls de HBO estrenada en 2005). A pocos años de su muerte la comunidad de cinéfilos honra su memoria y su legado, uno que perdurará por muchos años y que seguramente seguirá asombrando a nuevas generaciones de adictos al cine. ¡Todos lo echamos de menos! ¡Yo lo echo de menos!