Los cinéfilos amamos a los actores hasta el punto de venerarlos producto de la versatilidad que tienen y por roles que han sido inolvidables, ya sea para la historia del cine o bien por algún significado relevante para los espectadores. James Dean definió su mitología a través de tres roles en los filmes Al Este del Paraíso, Rebelde sin Causa y Gigante. Cada una de las interpretaciones que realizó se transformaron en recuerdos imborrables. También hay papeles que marcaron un antes y un después en la carrera de un actor como es el caso de Anthony Hopkins con Hannibal Lecter en El Silencio de los Inocentes o de Tom Hanks en Filadelfia y en Forrest Gump. Por ejemplo, cuando hablamos de Lee Marvin pensamos en Point Blank, de Charles Bronson en Death Wish, de Clint Eastwood en Harry, el Sucio o del vaquero sin nombre en la trilogía del dólar de Sergio Leone. En el caso de las mujeres, tenemos a Meg Ryan en Cuando Harry Conoció a Sally o de Bette Davis en La Malvada.
Sin embargo, todos los actores y actrices han experimentado tropiezos monumentales, principalmente en películas que no van a ninguna parte o bien en roles totalmente absurdos en relación a sus capacidades interpretativas. Esto es lo que nos muestra el escritor Luis Miguel Carmona en Estrellas Estrelladas – ¿Qué hace un actor como yo en una película como ésta? Su libro, publicado por la editorial Bookland y T&B Editores, es una completa radiografía a aquellos intérpretes que literalmente la han embarrado al participar en películas infumables o bien al haber aceptado papeles sin ningún tipo de peso argumental y con diálogos que suelen provocar en los espectadores vergüenza ajena.
La propuesta de Carmona es muy entretenida, siempre con comentarios muy lúcidos sobre los roles y sus correspondientes intérpretes. Es imposible no reír con los comentarios que se deslizan en su libro, permitiendo al lector, en caso de que sea un ávido cinéfilo, recordar las monstruosas películas y roles que se comentan. Reconozco que me reí a carcajadas, sobre todo, porque los actores no son dioses, sino seres humanos que realizan un trabajo determinado. No siempre el desempeño es satisfactorio y los resultados son difíciles de olvidar. Sólo es importante aclarar que algunos de estos filmes pueden ser digeribles y hasta disfrutables, es decir, el placer culpable de los espectadores. No obstante, si analizamos un poco más la obra y el desempeño del actor en cuestión nos daremos cuenta de que estamos ante trabajos
imperfectos desde diversos puntos de vista. A continuación, indicamos algunos roles que aborda el libro:
Harrison Ford en K19: The Widowmaker: el filme lo vi en cines, reconozco que me entretuvo, que lo tengo en blu ray y que tengo el score de Klaus Badelt. También es cierto que su directora, la notable Kathryn Bigelow, desarrolló en este filme su obra más sosa. Harrison Ford no tiene pinta de ruso y sus intentos por emular el acento de la principal idiosincrasia contrincante de Estados Unidos en la Guerra Fría se ve ridículo. Tampoco contribuye un guion con varios baches narrativos. El final es aún peor cuando vemos a Ford y a su coprotagonista, Liam Neeson, ya de viejos con toneladas de maquillaje en sus rostros.
Gregory Peck en Los Niños del Brasil: el filme corre bajo la batuta del siempre competente Franklin J. Schaffner, quien realizó increíbles superproducciones como la queridas y veneradas Patton, Papillón y El Planeta de los Simios. Los Niños del Brasil inquieta, pero también es ridículo ver a un Gregory Peak con exceso de betún en su pelo y rostro al interpretar al médico nazi Joseph Mengele. Su interpretación es sobreactuada, y me duele decirlo con todo lo que siempre he querido y respetado a Peck (To Kill a Mockingbird)). Sin embargo, aquí luce perdido en una historia demasiado pretenciosa y con un Laurence Olivier también perdido en el papel del cazador de nazis de la vida real, Simon Wiesenthal. Tal como señala Carmona, el filme es muy bueno, bien ejecutado, con un score extraordinario de Jerry Goldsmith. Aun así, estos elementos no pueden remediar la presencia de los extraviados Peck y Olivier, lo que se agrava cuando pensamos en el extraño final de la película que aquí no pretendemos revelar.
Alec Guinness en Pasaje a la India: uno de mis cineastas favoritos siempre ha sido David Lean. Lawrence de Arabia, Dr. Zhivago y La Hija de Ryan son monumentales proezas visuales, algo que ya no se ve en el cine de hoy. Pasaje a la India fue la última epopeya del director británico. Se trata de un trabajo notable, pero sólo hay un detalle y es Alec Guinness. El colaborador habitual de Lean en los filmes citados y, en especial, en El Puente sobre el Río Kwai, se nos pierde en el rol del filósofo hindú Godbole. Recuerdo que vi esta película cuando tenía 16 años y quedé deslumbrado, si bien siempre me cuestioné cuál era la real función y propósito de Guinness en este papel.
Marlon Brando en La Isla del Doctor Moreau: vi este filme con mi papá en el cine. recuerdo que tuve muchas expectativas porque había visto otras adaptaciones al cine de la novela de H.G. Wells. Otro factor era su director, el notable John Frankenheimer. Sin embargo, el prometedor inicio del filme dio paso a una cadena de sucesos absurdos, el más extremo la presencia de Marlon Brando más gordo que nunca cubierto con polvo blanco o tocando el piano con un hombre en miniatura. La cara de terror del protagonista David Thewlis seguramente era de verdad. Todo está trastocado en este filme y la presencia de Val Kilmer empeora aún más el resultado. Lo que más me dio pena de esta película fue ver a mi padre contrariado, ya que en su juventud vio a Brando en películas como Nido de Ratas y en El Padrino, pero ahora fue testigo de un actor irreconocible y acabado. El filme es un placer culpable porque es tan absurdo, exagerado y pretencioso que igual terminas viéndolo hasta el final. Esto porque sólo deseas ver qué puede ser peor. Por suerte, Frankenheimer, uno de mis cineastas favoritos por El Candidato de Manchuria y El Tren, se sacó de encima el desastre de La Isla del Doctor Moreau con la genial Ronin en 1998.
Bruce Willis en Hudson Hawk: recuerdo que este filme le causaba mucha gracia a un conocido. La verdad es que yo lo aborrecí, además de permitirme darme cuenta del poder que puede tener un actor en ascenso (estamos hablando de 1991). Bruce Willis ha tenido roles notables en Duro de Matar, El Sexto Sentido y El Protegido. Sin embargo, es cierto que se trata de un actor usualmente insoportable, engreído y con cara de pesado, y que en los últimos 10 años siempre ha hecho el mismo papel. Hemos llegado a un punto en que casi no se le mueve la cara, una que es cada vez menos expresiva. En Hudson Hawk de Michael Lehmann hace puras leseras junto a Danny Aiello. Todo es tedioso hasta el punto que el reparto completo se hunde con Willis.
Sean Connery en Los Vengadores: sin duda, estamos ante una de las películas más horribles de los años 90`. Se suponía que la adaptación del clásico televisivo a 35 milímetros era una idea exitosa, pero no lo fue. El cineasta Jeremiah Chechik arruinó su carrera con este largometraje desatinado y excesivo, con un Sean Connery dando palos de ciego en el rol de un súper villano que controlaba el clima. Connery se podía haber retirado del cine con gracia. Lo hizo bien en La Roca y en Buscando a Forrester. Sin embargo, Los Vengadores y la horrible La Liga de los Hombres Extraordinarios terminaron por quitarle su pasión por el cine. Fue una pena ver los últimos años de Connery en el cine con obras tan ridículas como ésta. Por suerte, todavía podemos revisar sus mejores roles en los inicios de la saga de James Bond y en los filmes Marnie, El Hombre que Quería ser Rey, El Viento y el León, La Caza del Octubre Rojo, Los Intocables y Outland.