En la actualidad es casi imposible ver una película de acción o de aventuras sin efectos digitales, situación que conduce a los espectadores a un sinfín de sensaciones y sorpresas. Rascacielos que colapsan, helicópteros que vuelan en pedazos sobre ciudades y la resurrección de dinosaurios son algunos ejemplos. Incluso, hoy los actores puedes estar en cualquier parte del mundo, ya que sólo es necesario una pantalla azul o verde y una buena computadora para crear diversas ilusiones. El cine en parte es ilusión, pero ¿qué sucede con la veracidad de las imágenes? ¿dónde quedó el sentido de realidad?
Siempre una buena historia superará con creces cualquier tipo de efectos especiales, pero hubo una época en la que las películas eran absoluta realidad. El británico David Lean con Dr. Zhivago y Lawrence de Arabia situó a los espectadores ante el sentido de epopeya más puro y clasicista de la cinematografía mundial. Sus obras eran escenarios grandilocuentes, pero nunca olvidó la transformación interna de sus personajes, los que buscaban usualmente un sentido de pertenencia, un propósito más trascendental a sus mundanales vidas. Aquel cine de antaño nunca dejará de conmovernos porque los cineastas y productores que estaban detrás eran artistas que tenían la capacidad para recrear distintas épocas de la humanidad, y siempre en torno a la complejidad de simbolismos con innumerables significados.
Un director que también innovó en esta línea fue Robert Aldrich, autor que exploró diversos géneros cinematográficos con notable efectividad y sentido del espectáculo. Aldrich exploró la cobardía en tiempos de guerra (¡Ataque!), fue una piedra angular del cine negro estadounidense (El Beso Mortal y The Big Knife), exploró el odio entre dos leyendas del cine en medio de una historia sobre la pérdida de la fama y la juventud (¿Qué fue de Baby Jane?) y exploró la rabia contenida en medio de la Gran Depresión (El Emperador del Norte).
Pero en este artículo hablaremos del aporte de Robert Aldrich al cine de acción a través de El Vuelo del Fénix, película que anticipó algunos de los códigos cinematográficos que exploraría más tarde en Los Doce del Patíbulo, trepidante filme coral de fines de los años 60 sobre prisioneros de guerra desesperados, contestatarios y atribulados por sus miedos en medio de una misión suicida.
El Vuelo del Fénix es la historia del avión de pasajeros de la empresa Arabco que se estrella en medio del desierto, condenando a todos sus ocupantes a una larga y tediosa muerte en medio de la nada. Estamos ante un relato de sobrevivencia que se sustenta en un tratamiento coral con estrellas de cine de la época, además de reconocidos secundarios. Robert Aldrich convocó para esta película a James Stewart en uno de sus últimos papeles relevantes en el cine, y que luego daría paso a un largo retiro que se extendió por más de dos décadas (como secundario y en telefilmes). Stewart representa al tozudo capitán Frank Towns, un piloto en su etapa crepuscular al que no le gusta que lo contradigan. Lo acompañan el copiloto Lew Moran (Richard Attenborough en su época de actor. Luego de posicionaría como director con filmes como Un Puente Demasiado Lejos) y otros reconocidos intérpretes internacionales de la época: Peter Finch (que luego ganaría el Oscar póstumo a Mejor Actor por Network), el alemán Hardy Krüger, Ernest Borgnine (Marty), el escocés Ian Bannen, el francés Christian Marquand, Dan Duryea, George Kennedy y Ronald Fraser.
Los primeros 20 minutos de El vuelo del Phoenix muestran la habilidad de Aldrich para crear emociones rutilantes. El avión con sus pasajeros, y luego de una breve introducción de sus particulares caracteres, se enfrenta a una tormenta de arena. El score de Frank DeVOL se activa y el montaje de Michael Luciano (Los Doce del Patíbulo, The Longest Yard) nos transporta en segundos a los miedos y angustias de hombres errantes, buscadores de fortuna y que en medio de sus particulares mediocridades deberán luchar contra sus propios demonios y mezquindades en medio de uno de los lugares más apartados del mundo. Es cierto que en esta escena hay maquetas y efectos ópticos, pero estos funcionan muy bien y casi se puede sentir el espesor del fuselaje de la nave.
Luego viene la desesperanza y la locura ante la imposibilidad de recibir ayuda. Los recursos se agotan y el calor convierte al desierto en un horno humeante en el que se desvanecen las esperanzas individuales y colectivas. Aldrich retrata en imágenes las bajezas de estos hombres que tendrán que trabajar en equipo para evitar lo que todos piensan: un posible fatídico desenlace. En este trayecto personal, Aldrich nos muestra los peores defectos del alma humana, ya sea a pocos pasos de la redención o bien en dirección hacia el primitivismo más visceral. La figura de Heinrich Dorfmann (Hardy Kruger) surge con una débil oportunidad de escapar a aquel olvido. Representa el raciocinio, las matemáticas y la fórmula que podría salvar a los hombres de esta historia. En cambio, Frank Towns es la intuición y la experiencia de la vida, un anacronismo humano que a duras penas sobrevive en una época de innovaciones y nuevas tecnologías.
Robert Aldrich enfrenta a estos dos hombres en pantalla. Ninguno podría sobrevivir por sus propias habilidades y conocimientos. Por lo tanto, en toda la película está presente el conflicto entre estas dos fuerzas, cuya unión representa la única forma de escape. Es muy interesante cómo el director profundiza en diversos arquetipos de personas, lo que facilita el involucramiento del espectador con la historia. Es fácil identificarse con uno u otro patrón de comportamiento, lo que se transforma en una exploración de la conducta humana en torno a una película cuyo principio y fin es pura acción, y que en el medio es un drama intimista sobre la desesperanza y la capacidad para reponerse a ésta.
El Vuelo del Fénix es una de mis películas favoritas de la década del 60`. Todos sus intérpretes están bien escogidos para el papel que representan, destacando James Stewart en uno de sus roles más apáticos en pantalla. También sobresale Ian bannen, quien fue nominado al Oscar como Mejor Actor Secundario por su rol de Crow. Aplausos también para Ernest Borgnine en un pequeño papel en el que muestra a un hombre adulto comportándose como un niño, con rabietas y expresiones que hablan del miedo más genuino e inexorable. También tenemos a Hardy Krüger, actor que es capaz de hacerle el peso a Stewart en todas las escenas en que están juntos. Es importante resaltar que en 2004 se realizó un remake de este filme, pero no tuvo mayor impacto y tampoco el aura de misticismo del filme original de 1965.
Robert Aldrich, a partir de la novela homónima de Trevor Dudley Smith, desarrolló una película trepidante que habla de hombres perdidos y olvidados, mucho antes de un accidente en avión. Finalmente, son individuos que en la vastedad del desierto vuelven a reencontrase con la necesidad de sobrevivir a lo insostenible. El mayor atributo de El Vuelo del Fénix es su veracidad tanto a nivel de técnica cinematográfica como de una historia que habla de la humanidad, sobre todo cuando ésta queda a la intemperie más absoluta y cruel.
Título original: The Flight of the Phoenix (El Vuelo del Fénix) / Director: Robert Aldrich / Intérpretes: James Stewart, Richard Attenborough, Peter Finch, Hardy Krüger, Ernest Borgnine, Ian Bannen, Ronald Fraser, Dan Duryea, Gabriele Tinti, George Kennedy, Christian Marquand, Alex Montoya, Peter Bravos, William Aldrich y Barrie Chase / Año: 1965.