El cine negro es uno de los géneros cinematográficos estadounidenses por excelencia (el otro es el western). Su principal influencia visual fue el expresionismo alemán, lo que dotó al film noir de luces y sombras, además de una estética que hacía resaltar la arquitectura de los decorados y también ciertas licencias de los encuadres de cada frame. Ahora bien, fueron los estadounidenses quienes aportaron sus códigos narrativos: la visión de una sociedad fatalista y corrupta, el arquetipo de la mujer fatal, cierto aire caricaturesco entre buenos y malos, las cavilaciones de sus protagonistas, el recurso del flashback, la imagen de antihéroes y una piscología social en donde abundaban oportunistas, hombres y mujeres amorales, ambiciones extremas y un sentido de culpa que finalmente concluía en situaciones que mostraban el lado más perverso de la condición humana.
En el cine negro abundan los claroscuros, las sombras que expresaban los tormentos y pensamientos dubitativos de sus personajes. Este fue el terreno fértil para los relatos de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, pero también para otras propuestas audiovisuales menos conocidas, pero tan impactantes e importantes como Perdición, Laura, El Sueño Eterno o El Halcón Maltés.
Uno de estos filmes más discretos y que podrían pertenecer a un cine negro B, es decir, de trinchera, con menos recursos y con la ausencia de los grandes estudios es Detour (Desvío), obra de Edgar G. Ulmer. Sin duda, estamos ante una película que como ninguna otra habló de la suerte o más bien de un sentido trágico y absurdo que a veces regenta nuestra vida. El filme se rodó en apenas seis días, con intérpretes poco conocidos y bajo la batuta de un cineasta que podría haber estado en el panteón de los grandes directores de la época, pero que por diversas razones no sucedió. Ulmer dirigió varios filmes, en torno a diferentes géneros y condiciones, siendo Detour una de sus obras más logradas.
La película sigue la historia de Al Roberts (Tom Neal), un pianista que apenas sobrevive en los clubes nocturnos de Nueva York. Es un hombre talentoso, pero también estancado en su mediocridad. Al lado de él está su prometida Sue (Claudia Drake), una cantante que aspira un mejor pasar en Los Ángeles, California. Sue se separa de Al para buscar el esquivo éxito, si bien su novio decide seguirla haciendo autostop. Cruzar el país será una proeza para Al, a la vez que se encontrará con ciertos personajes que lo conducirán a una racha de muy mala suerte. Desde las primeras escenas del filme los espectadores verán la expresión de angustia de Al, escuchando de paso sus pensamientos y sus encuentros con Charles Haskell Jr. (Edmund MacDonald) y la agria Vera (una notable Ann Savage).
En Detour pasan muchas cosas, si bien lo más recurrente es la escalada de pésimas decisiones, forzadas o libres, que conducen a Al Roberts hacia un sentido trágico. Un mero desvío termina por convertirse en elecciones de vida totalmente fatalistas. Ahora bien, el apesadumbrado pianista nos relata su historia, pero tampoco sabemos si realmente es una víctima o si las circunstancias simplemente fueron sacando lo peor de su personalidad. Como espectadores pensamos que, ¿cómo es posible alguien con tan mala suerte? Sin embargo, la suerte también corresponde a una sumatoria de actos que están definidos por nuestra personalidad y actuar. Pareciera ser que el último tramo en la vida de Al Roberts todo es accidental y bastante torpe, pero es su amoralidad lo que termina por desbarrancarlo. En esta vorágine aparece Vera, mujer que dista de ser hermosa o agradable, características que igual le permiten conservar cierto atractivo. Roberts y Vera son antagonistas, pero también cómplices dentro del terreno de sus respectivas mediocridades.
Me gusta pensar que Detour es una de las películas de cine negro más audaces que he visto, con muchas dosis de irreverencia para la época. Su director, Edgar G. Ulmer, y el director de fotografía, Benjamin H. Kline, realizan hermosas escenas bajo la lluvia, el simbolismo que retrata el aguacero que recibirá Al Roberts en su vida. Abundan momentos inolvidables, teniendo como ejemplo la conversación entre Sue y su novio en medio de una densa niebla que retrata la distancia afectiva entre ambos, o bien cuando Al Roberts rememora con la vista perdida, con una tenue luz sobre sus ojos, aquellos momentos en donde se desvió producto de las decisiones equivocadas.
Detour es la expresión máxima del cine negro cuyos precarios recursos no le impidieron la realización de una buena historia, además de momentos visuales muy inspirados. Recuerdo que quedé sorprendido por sus imágenes y por sus subtextos, los que son muy atingentes a la ambivalente condición humana. Recomiendo su visionado a través de la notable edición remasterizada por The Criterion Collection. Sin duda, los espectadores que deseen enfrentarse a la experiencia del filme se sorprenderán por su vigencia narrativa y visual, y ojalá que también se sientan impulsados por conocer un poco más sobre Edgar G. Ulmer, un creador que requiere ser rescatado del olvido. Estamos, con todas sus letras, ante una película soberbia del mejor cine negro estadounidense.
Título original: Detour (Desvío, El Desvío) / Director: Edgar G. Ulmer / Intérpretes: Tom Neal, Ann Savage, Claudia Drake, Edmund MacDonald, Tim Ryan y Esther Howard / Año: 1945.