En los años setenta el cine de catástrofe fue el conductor o pretexto para el desarrollo de los efectos especiales. Técnicas como el uso de maquetas, la aplicación de explosivos y efectos en croma provocaron el deleite de millones de espectadores dispuestos a ver la destrucción de gigantes metrópolis, rascacielos y continentes. Muchos aportaron al género de catástrofes, si bien hubo un hombre, un amante del cine que se destacó hasta el punto de convertirse en una leyenda. Me refiero a Irwin Allen, productor y director que bajo su tutela hizo posible filmes en donde fuerzas de la naturaleza o accidentes algo absurdos diezmaban a todo tipo de personas.

La premisa de Allen se resumía en una simple fórmula: evento destructivo + escenas de aniquilación masiva + largas secuencias de maquetas despedazadas + disímil grupo de sobrevivientes. Los resultados fueron dispares, desde obra icónicas (“El Desastre del Poseidón”, “Infierno en la Torre”, “Terremoto”) hasta infames desproporciones fílmicas (“Al Final del Tiempo”, “Inundación” y “El Enjambre”). La crítica siempre ha observado con recelo este tipo de obras, cuyo aporte audiovisual y narrativo usualmente es decepcionante. Más que nada son películas que han trascendido por el recuerdo de generaciones de espectadores que se han encandilado por las posibilidades de la técnica, en especial del audio. Un ejemplo concreto fue el debut del sonido dolby en los cines chilenos, cuyo alcance se logró dimensionar con el estreno de Terremoto.

A pesar de las voces disidentes no se puede negar que el cine de catástrofe es un placer culpable. La razón está en que nos gusta ver en la pantalla a un grupo de desgraciados azotados por fuego, viento y lluvia. En ello está nuestro morbo, nuestro ánimo por presenciar lo imposible y por tener la oportunidad de acercarnos a situaciones que suelen cuestionar preceptos morales. En cierta medida, el cine de catástrofe también nos ayuda a humanizarnos y a no dar por sentado la frágil y segura rutina de cada día. Por eso, este subgénero consigue destacarse cuando se produce un equilibrio entre parafernalia y drama. La catástrofe para que sea efectiva debe impresionarnos, a la vez que debe dar paso a la identificación, ya sea a través de historias personales o colectivas.

“En la Tormenta” falla en la premisa señalada. Es una película que brilla por sus efectos, si bien colinda con la máxima tontera. En este tipo de obras se pueden esperar personajes de cartón piedra, unos más que otros (como suele suceder en algunas excursiones fílmicas de Roland Emmerich, el Irwin Allen de nuestros tiempos). Sin embargo, aquí no hay nada de alma, salvo cero empatía con la audiencia. “En la Tormenta” es tan hueca como sus mega tornados, lo que es lamentable porque el cine de catástrofe es exitoso en la medida en que queramos que sobrevivan sus protagonistas. Aquello no sucede en ningún momento. Al contrario, como público deseamos que todos mueran y rápido para que se acabe la película de una vez.

El director Steven Quale se mueve como un adolescente embriagado a lo largo de su filme. Agarra y utiliza todo lo que puede, pero con cero compromiso hacia los personajes y a partir de una historia de caza tormentas que hace parecer a “Twister” como una gran obra (lo que de por sí ya es insólito). “En la Tormenta” es uno de los más decepcionantes estrenos del año. Incluso, Quale cree que el uso de cámaras de video es sinónimo de innovación. Al parecer no comprendió que un éxito como “Poder sin Límites” (Chronicle) radica en su historia. Es así que el cine de catástrofe vive sus últimos días, fenómeno que también se origina en que hoy la realidad superó la ficción, con atentados y noticias que impresionan y espantan por igual, y que conmueven mucho más que cualquier película. “En la Tormenta” no es escapismo, sino algo más perverso: el desamor hacia el cine y nosotros, el público.

Cine de catástrofe que sobresale tanto por técnica como por historia:

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“Infierno en la Torre” (John Guillermin, 1974): Irwin Allen comprendió que el cine de catástrofe también puede ser un ambiente de mucho garbo en una historia que juntó a la elite hollywoodense. “Infierno en la Torre” no sólo mostró impresionantes incendios, ya que también hizo saltar chispas entre sus protagonistas. Steve McQueen y Paul Newman -las más grandes estrellas de cine de los años setenta- se juntaron con William Holden, Faye Dunaway, Fred Astaire, Robert Wagner y Robert Vaughn en torno a un relato vibrante, con logradas escenas de heroísmo y secuencias que aún emocionan.

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“Aeropuerto” (George Seaton, 1970): filme de catástrofe nominado a Mejor Película. En su época demostró que con buenos intérpretes se podía alcanzar el beneplácito de la crítica. Burt Lancaster y Dean Martin lideran una historia sobre una amenaza de bomba en un avión de pasajeros. Es cierto que esta obra no ha envejecido muy bien, pero las escenas de tensión con un atribulado Van Heflin no han perdido su impacto. “Aeropuerto” inauguró una franquicia con dispares resultados, siendo el más absurdo de ellos “Aeropuerto 79” con un perdido Alain Delon.

“Cuando los Mundos Chocan” (Rudolph Maté, 1951): se acerca el fin de la tierra ante la inminente colisión con otro planeta. Los pocos afortunados dependen de un cohete gigante para sobrevivir. Filme de Rudolph Maté que desborda ciencia ficción y encanto, y que sobresale por algunos cuestionamientos filosóficos en torno a quiénes serán los elegidos para dar continuidad a la humanidad.

“El Día Después” (Nicholas Meyer, 1983): película realizada para la televisión que en plena época de la Guerra Fría asustó a millones de espectadores ante la posibilidad de una hecatombe nuclear. Los efectos de la radiación y la pérdida de las instituciones gubernamentales mostraban la bajeza y brutalidad de unos pocos sobrevivientes. A principios de los años ochenta esta temática tuvo varias repercusiones, tanto políticas como sociales. Otro ejemplo destacado, inclusive más realista y descarnado, fue “Threads” de Mick Jackson. La película se destacó por su realismo al combinar la técnica documental con la ficción en torno a las experiencias de los sobrevivientes de un ataque nuclear en la ciudad de Sheffield (Inglaterra). Estas cintas aún producen una pavorosa sensación de miedo, en particular porque la amenaza nuclear todavía está latente.

“Exterminio” (Danny Boyle, 2002): la catástrofe zombi aderezada con el estilo visual clipero del director de “Trainspotting”. Aquí la epidemia de los no vivos reavivó la temática de la sobrevivencia en condiciones extremas y que aún perdura en series como “The Walking Dead”.

Cine de catástrofe que se acerca a la infamia:

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“Meteoro” (Ronald Neame, 1979): Neame fue un gran guionista de algunos filmes de David Lean (“Grandes Esperanzas”, “Breve Encuentro”) y dirigió con habilidad “El Desastre del Poseidón”, pero en “Meteoro” el resultado fue un descalabro. A fines de los setenta Sean Connery experimentó un ´bajón´ y no de hambre, sino de incursiones en malogrados proyectos fílmicos. “Meteoro” fue uno de ellos y ni siquiera Henry Fonda, quien interpretaba al presidente de Estados Unidos, pudo contra el meteorito de cartón piedra que debutó frente a las cámaras. ¡Olvidable!

“Al Final del Tiempo” (James Goldstone, 1980): Irwin Allen en su calidad de productor quiso juntar de nuevo a Paul Newman y William Holden, pero el resultado fue nefasto. En esta oportunidad la amenaza emana de un volcán que está a punto de ´engullirse´ un resort en una isla en medio del Océano Pacífico. Efectos especiales que dejan atónito por su pésima calidad y descafeinado romance hacen de “Al Final del Tiempo” una pérdida de tiempo.

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“El Enjambre” (Irwin Allen, 1978): Michael Caine es uno de mis actores favoritos y, al igual que Morgan Freeman, suele levantar la calidad de las películas en la que aparece. Sin embargo, en “El Enjambre” ni él o sus compañeros de reparto (Richard Widmark y Ben Johnson por nombrar algunos) hacen pasable este sin sentido. Para la risa, en especial las secuencias en cámara lenta de víctimas cayendo al suelo ante el ataque de unas furiosas abejas.