El cine americano de los setenta fue el más personal, transgresor, autoral y fundacional de los últimos treinta años. Una nueva camada de directores promovió en Hollywood visiones propias con una independencia absoluta sobre productores y ejecutivos de los grandes estudios. Este movimiento no surgió necesariamente de cineastas 100% americanos, sino de muchos emigrantes o bien de generaciones con antepasados principalmente del continente europeo. Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Brian De Palma plasmaron sus raíces italoamericanas en la gran pantalla con historias en torno a la familia, la mafia y las lealtades. A ello se sumó otro grupo de extranjeros que triunfaron en sus respectivos países, pero que tenían la obsesión por debutar en Estados Unidos. Este fue el caso de Roman Polanski (Chinatown), John Boorman (Deliverance) y John Schlesinger (Darling). Este último triunfó con Midnight Cowboy, historia sobre dos perdedores que se encuentran en el último escalafón de la sociedad estadounidense.
El caso de Schlesinger quizá es el menos masivo en comparación a los nombres antes mencionados, ya que su filmografía atravesó por momentos de irregularidad, en particular hacia el final de su carrera (La fallida The Next Best Thing protagonizada por Madonna). Aun así, este cineasta británico realizó algunas joyas filmográficas, siendo una de ellas Marathon Man. El filme de 1976 es una virtuosa obra en la utilización del suspenso y en el tratamiento de una historia en torno a tópicos como el comportamiento impune de agencias gubernamentales secretas y el nazismo.
Dustin Hoffman interpreta a un estudiante atormentado por el suicidio de su padre, quien además tiene un hermano (Roy Scheider) que trabaja como agente secreto que negocia inescrupulosos acuerdos con Szell, un ex nazi interpretado con precisión por el actor inglés Laurence Olivier. La historia involucra el tráfico de diamantes pertenecientes a judíos que fueron vejados en el holocausto del Tercer Reich.
En los años setenta proliferó en Hollywood la moda por los thrillers de carácter internacional a partir de los siguientes elementos: locaciones exóticas, intérpretes de varios países e historias en torno a temas coyunturales como el terrorismo, las disputas políticas de medio oriente y la caza a ex colaboradores de la Alemania Nazi. Hubo películas olvidables, pero también grandes trabajos como El Día del Chacal (Fred Zinnemann, 1973), Los Tres días del Cóndor (Sidney Pollack, 1976), Domingo Negro (John Frankenheimer, 1977). Marathon Man de Schlesinger pertenece a este grupo, sobre todo, por la capacidad de su director en configurar un thriller que a casi cuarenta años desde su estreno no ha perdido su calidad e impacto.
Un factor clave en el éxito de esta película, de la época dorada de la Paramout bajo el alero del productor Robert Evans, es el duelo interpretativo entre Hoffman y Olivier. El primero luce perturbado y cansado, siempre bajo la sombra de su padre y de la concientización del racismo perpetúo contra la raza judía de la cual también es representante. Al otro lado de la vereda está el Szell de Olivier, quien simboliza la tortura y la ambición. Schlesinger hace de las escenas del ex doctor nazi en pantalla los grandes momentos del filme, mostrándolo como una fuerza destructora que a pesar de su maldad apela a la empatía y fascinación del público. Incluso, en la espectacular secuencia del ex jerarca nazi en el distrito de venta de joyas atendido en su mayoría por judíos, es imposible no evitar la sensación de querer que se salga con la suya. Lo anterior, demuestra la calidad de esta obra, cuyo efecto lo podemos comparar con el Darth Vader de la saga espacial de George Lucas.
Marathon Man es un filme elegante y muy cinematográfico en su puesta en escena. En la primera escena del filme vemos la discusión entre dos automovilistas, uno judío y otro alemán, quien tiene relación directa con la historia. La pelea verbal y física entre ambos deja asentado en pocos minutos el conflicto principal que como espectadores veremos a continuación. Son simbolismos que anticipan la confrontación entre Hoffman y Olivier. A ello se suma el singular score de Michael Small, cuyo objetivo es incomodar y transmitir cierta sensación de paranoia. Mérito aparte merece el guión William Goldman (Misery, Todos los Hombres del Presidente), escritor que adapta su novela homónima y que además demuestra que cuando está inspirado es capaz de conseguir diálogos de excelente valor narrativo. Basta con admirar la escena en que Szell predica la frase ¿Is it safe?, mientras tortura al protagonista para darse cuenta de ello.
En la actualidad es casi una rareza ver thrillers inteligentes en los que se privilegie tanto las pausas como la acción. Marathon Man es un ejemplo virtuoso acerca del suspenso y en la construcción de personajes bien delineados y con algo que decir. A su vez, transmite muchos conceptos que continúan siendo interesantes al día de hoy, entre ellos, el racismo, la supremacía de razas, los efectos nocivos del nazismo y el modus operandi de las agencias de gobierno. Estamos ante un filme vibrante, el cual revitalizó en los setenta la carrera de Olivier. Schlesinger fue un director autor, cuyas temáticas no han perdido ni un ápice de vigencia. Es cosa de ver otro de sus grandes trabajos, el filme The Falcon and The Snowman con Sean Pean y Timothy Hutton, pero esa es otra historia.
Título original: Marathon Man (Maratón de la Muerte) / Director: John Schlesinger / Intérpretes: Dustin Hoffman, Laurence Olivier, Roy Scheider, William Devane, Marthe Keller y Fritz Weaver / Año: 1976