El cine de aventuras ha inspirado a millones de espectadores que buscan en la imposibilidad la realización del ser humano. Desde la creación de la cinematografía que este género (también asociado al cine de matiné) se ha alimentado de la pasión y curiosidad del hombre ante la posibilidad de explorar nuevas fronteras. Historias verídicas y sueños en torno a la búsqueda de tesoros milenarios y de ciudades pérdidas han quedado retratados en el celuloide, siempre con generosas dosis de acción en ambientes exóticos y usualmente hostiles. Los primeros cortos de Georges Méliès, “King Kong”, “Tarzán”, “Las Cuatro Plumas”, “Gunga Din” y “Motín a Bordo” fueron algunas de las primeras obras en definir lo que era la aventura por medio de relatos que consiguieron desbordar la imaginación del público. Una vez que la cinematografía logró delinear nuevos lenguajes, dicho género se hizo un nombre y un escenario artístico para relatos más complejos y autorales en casos como “La Reina Africana” y “Lawrence Of Arabia”, filmes que podrían definirse como “más grandes que la vida misma”. Lamentablemente, al igual que el western y los musicales, el género de aventura ha perdido adeptos y la devoción de la industria cinematográfica. Las razones se pueden encontrar en costos de producción y en la pérdida de la capacidad de asombro de los espectadores. En cambio, en la actualidad predominan películas que se basan en comics, las que se sustentan en un grado mayor de espectacularidad gracias a los excesivos efectos visuales. En cierta medida, la trilogía de “El Señor de los Anillos” posee algunos de los últimos resabios del género de aventuras o bien de un relato clásico en torno a temáticas como la exploración, la valentía, el viaje y la búsqueda, ya sea de elementos espirituales o materiales. He aquí algunos ejemplos un poco olvidados, pero que han conservado su vigor y valor como piezas cinematográficas que merecen ser disfrutadas una y otra vez por las nuevas generaciones de cinéfilos y de los amantes por lo desconocido.
“El Hombre que quería ser Rey” (1975): clásico del cine de matiné basado en la historia homónima de Rudyard Kipling, uno de los mejores trabajos del maestro John Huston y, probablemente, uno de los últimos relatos que expresan un amor genuino por el cine de aventuras. Los protagonistas originales eran Humphrey Bogart y Clark Gable, pero el proyecto se atrasó más de 25 años hasta que tomó forma con Sean Connery y Michael Caine a mediados de los 70´. Esta es una historia que se sustenta en la química de sus protagonistas, Daniel Dravot y Peachy Carnehan, hombres vividores, excéntricos y audaces, cuyo principal objetivo en la vida es la búsqueda de grandes riquezas, poder e inmortalidad. El filme comienza con el célebre autor de El Libro de la Selva durante su estadía como periodista en la India, lugar cuyos parajes inspiraron la mayoría de sus obras. En dicha época todo podía ser posible. Nuevos descubrimientos, la apertura a diversas fronteras y la contraposición entre la ocupación del imperio británico y de milenarias culturas se sentía y respiraba en las ciudades más olvidadas por el mundo moderno. Kipling, interpretado con la característica elegancia de un joven Christopher Plummer, se cruza con dos bribones dispuestos a arriesgar la vida por gloria y fama. Dravot (Connery) es el aventurero fantasioso y temerario, a la vez que Carnahan (Caine) se mueve por la racionalidad y cierta ironía. Estos hermanos de espíritu se complementan hacia la búsqueda de la mítica ciudad de Sikander y sus tesoros ocultos. John Huston, director especializado en obras que tratan sobre la ruindad y locura del hombre, a partir de sus deseos y frustraciones, consigue crear un filme que al igual que “El Tesoro de la Sierra Madre” es una alegoría sobre la ambición desmedida. “El Hombre que quería ser Rey” es una película astuta, increíblemente entretenida y que sobrecoge por una vida de amistad entre dos hombres dispuestos a darlo todo por un sueño o por una quimera que termina por destruirlos. Huston dirigió un filme inolvidable por su grandiosidad y también por su intimidad, y que bien podría entenderse como el origen de la creación de un mito, leyenda o historia que se deja ver y escuchar con nostalgia y admiración. En “El Hombre que quería ser Rey” la aventura se siente en cada escena, en la magistral banda sonora de Maurice Jarre y en la perfecta sincronía entre dos de los actores más sobresalientes de las últimas décadas.
“El Viento y el León” (1975): Otra vez Sean Connery interpreta a un sujeto enigmático y temerario. Esta vez es Raisuli, voz y combatiente a partir de la voluntad del profeta Mahoma. El filme ambientado en el Marruecos de 1904 es dirigido con la mano firme de John Millius, uno de los directores y guionistas más controvertidos del Hollywood de los 70´y 80´. Millius, quien creó algunos de los mejores diálogos de la cinematografía moderna -Harry el Sucio, Apocalypse Now y la escena de Tiburón en donde Robert Shaw relata su experiencia en el hundimiento del buque de guerra U.S.S Indianápolis, por nombrar algunos logros- siempre fue considerado el artista de extrema derecha, salvaje, contestatario y violento. Apenas dirigió siete largometrajes (Dillinger, Conan El Bárbaro, Red Dawn) y El Viento y el León fue su segunda incursión detrás de cámara. En la película, el líder tribal Rausuli rapta a una ciudadana norteamericana (Candice Bergen) y a sus hijos como medio de presión ante el inminente expansionismo de americanos y europeos que amenazan con el estilo de vida del Medio Oriente y de los seguidores del Corán. El filme es generoso en batallas, conspiraciones y el omnipresente desierto. Dichos elementos hacen de esta película un espectáculo heredero del mejor cine de matiné, si bien Millius aporta un guión que critica el solapado imperialismo del presidente norteamericano Theodore Roosevelt (un acertado Brian Keith) y la contraposición de dos estilos de fe tan diferentes como pueden ser el cristianismo y el Islám. Quizá existen muchos detractores de Millius, pero no se puede negar su talento como cineasta, capaz de montar un relato vigoroso y el cual también ironiza sobre la política exterior estadounidense del último siglo. A ello se suma la admiración entre Roosevelt y Raisuli, quienes representan dos extremos, dos visiones de vida que tienen mucho en común, en especial cierta mitificación en torno a estos dos personajes. El Viento y el León es un viaje alucinante para los sentidos y también para quienes advierten en su guión filosos comentarios sobre la guerra, la política, la diplomacia y el fin de tiempos más románticos e idealizados. Otra vez la banda sonora es uno de los puntos a favor del filme, la que fue compuesta por Jerry Goldsmith.
“Khartoum” (1966): No hay dudas que Charlton Heston fue el actor de las mil caras. Interpretó a Moisés, Michelangelo, Sir Thomas More y Thomas Jefferson, y en Khartoum se puso detrás de la piel del General Charles ‘Chinese’ Gordon, héroe del ejército británico en campañas militares lideradas en China y en el norte de África. Fue durante la defensa de la ciudad de Khartoum contra las tropas del Mahdi en donde Gordon pasó a la posteridad, no sin antes encarar la muerte. Heston luce su típica voz y presencia física en un filme concebido a gran escala, y que fue éxito de crítica y de taquilla. Este es uno de los ejemplos de obras que se redescubren con el tiempo y que lamentablemente no pasaron a la posteridad como sucedió con las películas Cleopatra y Mi Bella Dama. Otra vez la política y las batallas están presentes, si bien lo más llamativo y que hace único a esta obra es la interpretación de Heston. El extinto actor dota a Gordon de un halo de escepticismo y valentía. Es un hombre enigmático y también torturado. Ya sea un diablo o un ángel, éste solitario aventurero no representa al típico militar. En cambio, es un individuo llamado a ser un salvador y un defensor de una causa que se sustenta en el honor y en la responsabilidad. El director Basil Dearden seguramente tomó algunos elementos del atribulado Lawrence de Arabia y del desencanto de la juventud de mediados de los 60´, características que se pueden apreciar en la rebeldía de Gordon y en sus conversaciones con el Mahdi (interpretado por Lawrence Olivier). Estos personajes nunca se conocieron en la realidad, pero aquello no importa en la ficción porque son los momentos en que ambos dialogan cuando el filme roza cierto misterio y mitificación. En Khartoum predominan grandes escenas. Mis favoritas corresponden a la primera conversación entre Gordon y su ayudante, el Coronel Stewart (Richard Johnson), y aquellos instantes en donde como espectadores presenciamos el rostro de Gordon, cuando éste se da cuenta que no quedan esperanzas y que su última acción se reducirá a la muerte, como el buen soldado inglés que es. Khartoum es una obra alucinante, poco difundida y uno de los testamentos del gran y entrañable Charlton Heston.
“Zulu” (1964): el debut cinematográfico de nuestro querido y confiable Michael Caine, quien con mucha presencia destacó por sobre el protagonista del filme, el siempre correcto Stanley Baker. Caine luce todo el temple que se puede esperar de un soldado aristocrático del Imperio Británico en Rorke´s Drift, episodio acontecido el 22 de enero de 1879 en el cual un centenar de combatientes resistieron en forma estoica el ataque de cuatro mil guerreros zulúes. Esta vez la aventura se sustenta en el intento de pocos hombres por sobrevivir en las inhóspitas tierras de África del Sur. El monumental score de John Barry (Danza Con Lobos, África Mía) acompaña escenas de gran agudeza visual. Pocas veces en la historia del cine un grupo de soldados sitiados luce tan real, tan desesperado y tan privado de esperanzas. El director Cy Endfield imprime energía a un filme que en otras manos podría simplemente haber sido del montón. En cambio, en Zulu los movimientos de cámara son arriesgados sobre un montaje que destila ritmo e interés en todo momento. Cuando crees que viene la calma, una vez más se dejan escuchar los temibles cánticos de los inagotables guerreros zulúes. Esta obra respira suspenso y momentos de sobrevivencia al límite, cualidades que también se deben agradecer a su productor Joseph E. Levine, quien posteriormente facilitó el estreno de otras grandes películas tales como El Graduado y Un Puente Demasiado Lejos. Zulu es una película inigualable y cuya fama inspiró otras recetas fílmicas poco acertadas, entre ellas “Zulu Dawn” en 1979 y ciertos ecos algo fallidos en “Las Cuatro Plumas” versión 2002. Esta es una película inolvidable a nivel de imágenes bien conectadas, pero que también tiene algunos discursos sobre la guerra, la cobardía y la resistencia del ser humano en situaciones extremas.
¿Y qué se debe evitar en cuanto a cine de aventuras para no tener una decepción mayor? En general, las casas productoras de Hollywood y de Europa explotaron este género en casi todas las décadas del siglo 20. Hubo traspiés gigantescos y algunos trabajos que no hicieron daño, pero que tampoco aportaron. A continuación, cito algunas infamias:
“Las Minas del Rey Salomón” (1985) y “Allan Quatermain y la Ciudad del Oro Perdido” (1986): Richard Chamberlain demostró que podía ser un gran actor en La Última Ola de Peter Weir y en las miniseries El Pájaro Canta Hasta Morir y Shogun, pero la inescrupulosa ambición de los productores Yoram Globus y Menahem Golan persuadieron al actor a que interpretase a Allan Quatermain, personaje de ficción creado por el escritor Henry Rider Haggard y que en 1950 fue llevado al cine por el actor Stewart Granger. El Indiana Jones de Harrison Ford se impuso en la taquilla de los años 80´. Por lo tanto, las dos adaptaciones de Allan Quatermain de los citados productores se estrenaron en un mal momento. Además, parecían películas baratas (como casi todo lo que produjeron Globus y Golan), ya que se articularon a partir de decorados de papel maché, pobres actuaciones y directores en baja (J. Lee Thomson detrás del primer capítulo de la saga. Sí, el mismo de la espectacular “Los Cañones de Navarone” y Cabo de Miedo versión 1962). La primera parte no era tan mala, pero la segunda evidenció cierta falta de presupuesto. Quizá lo anecdótico de estos filmes fue ver a una jovencita Sharon Stone en sus primeros roles en el cine. Globus y Golan produjeron fallidos proyectos (Halcón, Fuerza Delta, Desaparecido en Acción), si bien tuvieron un potente acierto con la subvalorada “Runaway Train”. En cambio, con las sagas de Allan Quatermain, sin duda, tropezaron en grande. ¡Para no repetir la experiencia!
“Sahara” (1983): Andrew V. McLaglen tuvo grandes habilidades para el western (McLintock! Con John Wayne), pero con Sahara no le fue muy bien. Los mismos síntomas de Allan Quatermain se perciben en este filme, es decir, pobres actuaciones, un funesto guión y lo que se quería mostrar como una epopeya resultó en una película del montón. La hermosa Brooke Shields siempre ha sido una actriz limitada en términos interpretativos y en Sahara realiza un trabajo olvidable al encarnar a una joven que disputa una carrera de autos a lo largo de África. Nula o poca química entre los actores y romance acartonado para una obra producida, nuevamente, por Menahem Golan.