Joel Schumacher es uno de los realizadores más variados de Estados Unidos porque a lo largo de una carrera de casi 40 años ha hecho de todo, desde filmes de terror hasta dramas. En su filmografía abunda el buen cine en cuanto a calidad técnica e historias, pero también hay varios proyectos infumables. Schumacher es el tipo de director de quien es muy difícil prever lo que vendrá. Se le puede ver muy inspirado con cintas como El Cliente, Tiempo de Matar, Phone Booth y en Verónica Guerin. Sin embargo, otras obras como Batman y Robin, Bajo Amenaza o La Masacre de Town Creek nos hace preguntarnos como espectadores en qué estaba pensando. Se podría decir que su carrera ha sido un poco esquizofrénica y poco definida, impidiendo definirlo como un autor. Es posible que Schumacher simplemente es un buen artesano, es decir, un director con la capacidad para dirigir cualquier tipo de película y en base a diversos géneros.
Entre toda esta variedad de filmes hay uno que destaca por visión e intensidad. Me refiero a Un Día de Furia, película bajo el alero de un gran estudio como Warner Brothers, pero que finalmente parece ser un trabajo con alma independiente y políticamente incorrecto para el año de su estreno en 1993. El filme parte con un hombre sin nombre (Michael Douglas) sentado en su auto en medio de un taco. El calor, la presión y la rabia contenida son los condimentos que finalmente terminan por desajustar a un sujeto frustrado, quien ya no puede más y que decide rebelarse contra todo el sistema. La delincuencia, la usura, la falta de oportunidades y la deshumanización empujan a Douglas hasta el límite, convirtiéndolo en una especie de vocero de todas nuestras frustraciones, y también de la rabia contenida de los espectadores.
Un Día de Furia es la historia de un sociópata, pero que en medio de sus faltas es capaz de percibir y denunciar la injusticia que ve en todas partes. Es el hombre corriente que ya no puede más, atreviéndose a decir lo que realmente piensa y, principalmente, lo que le molesta. Douglas recibió un Oscar por su retrato de Gordon Gekko en Wall Street de Oliver Stone, si bien su actuación en Un Día de Furia es mucho más visceral y comedida cuando es necesario. Su transformación desde un sujeto común a un hombre violento y cansado de las mismas tonteras de cada día es abismante. Cuántas veces hemos sentido rabia por servicios o productos que no son lo que vemos en los comerciales, cuántas veces nos hemos frustrado por no poder caminar tranquilamente por un determinado barrio en la noche o cuántas veces presenciamos cómo nuestros impuestos son utilizados sin sentido. El personaje de Douglas encarna todas estas frustraciones, pero desde la perspectiva de un sociópata que también tiene faltas que se reflejan en la violencia hacia su hija y a su ex mujer.
El filme transcurre en un día desde el momento en que Douglas abandona en forma rabiosa su automóvil. En cada paso que da, en cada trayecto que recorre, se va produciendo la transformación hacia un ser humano sin control. En forma paralela tenemos al detective Prendergast (Robert Duvall), quien está a pocas horas de jubilarse. Es un representante de la ley experimentado y que a pesar de trabajar desde un escritorio es capaz de ver quién realmente es el misterioso sujeto que está causando estragos en distintas partes de la ciudad de Los Ángeles. Prendergast también es consciente del desgaste social del mundo que le rodea. Además, tiene a una esposa con problemas de ansiedad que lo incita a retirarse y también interactúa con compañeros que se burlan de su serenidad. Sin embargo, es el único capacitado para atrapar a Douglas, y para entenderlo desde su propia locura.
Joel Schumacher creó un filme episódico, en el cual Douglas se rebela contra todos: una banda de matones, un nacionalista homofóbico, un hombre supuestamente adinerado en una cancha de golf, un comerciante que infla precios y también contra trabajadores municipales que justifican recursos fiscales sin ninguna razón aparente. En el filme abundan escenas notables como la de Douglas quejándose de no poder ordenar un desayuno en un establecimiento de comida rápida, para después quejarse sobre el paupérrimo producto recibido. El personaje de Douglas no es un vigilante, lo que él mismo se encarga de aclarar en una parte de la película. Aun así, se trata de un hombre que denuncia las mentiras que todos sabemos o suponemos. A veces pareciera ser que él no está equivocado, sino las personas de los lugares por donde transita. Pocas veces se ha visto en pantalla una ciudad de Los Ángeles tan abarrotada, sucia y como un caldero humeante de rabia y frustración.
En Un Día de Furia los diálogos son esenciales. A ello se suma una alucinante economía de recursos en cada puesta en escena. Schumacher realiza una obra más intimista de lo que aparenta ser, con momentos en que Douglas y Duvall se lucen en sus respectivos papeles. Sin duda, estamos ante uno de los mejores filmes de la década del 90` y que en ocasiones es posible imaginárselo como una película en blanco y negro realizada en Europa. Un Día de Furia tiene un final un poco esperable, pero que quizá no podía ser de otro modo, ya que un personaje como el de Douglas no podría salir inmune en medio de una producción estadounidense. Dejando de lado el desenlace, sí podemos decir que el filme de Joel Schumacher es tremendamente adictivo porque como espectadores nos reconocemos en su protagonista, en sus ganas de gritarle al mundo lo equivocados y enfermos que a veces estamos como sociedad.
Título original: Falling Down (Un Día de Furia) / Director: Joel Schumacher / Intérpretes: Michael Douglas, Robert Duvall, Barbara Hershey, Rachel Ticotin, Tuesday Weld y Frederic Forrest / Año: 1993.