Gregory Peck, Anthony Quinn, David Niven, Stanley Baker, Anthony Quayle, Irene Papas, Gia Scala y James Darren conforman un comando de aliados y rebeldes que deben enfrentar a las fuerzas alemanas en Navarone, isla ficticia en la que el ejército nazi tiene dos letales cañones capaces de destruir a cualquier acorazado que navegue por el Mar Egeo. En 1943 alrededor de 2.000 soldados británicos permanecen atrapados en la Isla de Keros. El objetivo del Imperio Británico es poder rescatarlos, si bien lo único que se interpone en ello son los citados cañones, lo que pueden destruir con precisión cualquier barco y a una gran distancia.
Los Cañones de Navarone (1961) es uno de los mejores filmes bélicos y de acción de los años 60, teniendo como contexto la Segunda Guerra Mundial. También es el mejor trabajo del cineasta J. Lee Thompson, quien también se lució con la primera versión de Cabo de Miedo un año más tarde y cuyo remake corrió por cuenta de Martin Scorsese en 1991. A fines de los años 50 y en la primera mitad de la década más compleja de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética fue común que el Hollywood clásico apostara a lo grande, es decir, a la realización de gigantes producciones que solían tener repartos de renombrados intérpretes, además de la aplicación de nuevas tecnologías de rodaje. Mientras Europa daba sus primeros pasos con la Nouvelle Vague, con cineastas autores que salían a filmar a la calle y con el interés puesto en relatos más intimistas, Estados Unidos seguía apostando al espectáculo en masa. Los decorados, los sets, las historias eran cada vez de mayor alcance. Ahora se trataba de un protagonista o de un puñado de actores haciendo frente a reinos e imperios (Ben Hur, Cleopatra), instituciones como la Iglesia (La Agonía y El Éxtasis), o de sujetos que buscan encontrarse a sí mismos en medio de momentos claves de la historia (Lawrence of Arabia, Dr. Zhivago y Khartoum).
En Los Cañones de Navarone se pueden apreciar todos los elementos señalados con una diferencia en particular: su ágil ritmo. En el filme hay pocos momentos para las introspecciones, sino más bien una astuta dirección hacia las escenas de acción. La película es una aventura muy bien interpretada por cada uno de sus protagonistas. El trío Peck, Quinn y Niven aportan el carisma y la experiencia, además de la imagen de hombres duros capaces de llevar adelante una misión casi suicida. Estamos ante una obra que habla del heroísmo junto con la idea del sacrificio ante una causa mayor y necesaria. El guionista Carl Foreman (El Puente Sobre el Río Kwai) tuvo una difícil vida en Hollywood, ya que durante años estuvo en la lista negra de cineastas e intérpretes vinculados a La Caza de Brujas de los años 50`, lo que lo obligó a firmar sus trabajos con seudónimos. Por suerte, la Academia enmendó dicho error. En Los Cañones de Navarone no sólo adaptó la novela homónima de Alistair MacLean (Dónde Las Águilas se Atreven), sino que además ofició como productor de la película de Thompson.
Otra virtud del filme es su mensaje pacifista. Independiente de las explosiones, se muestra a un grupo de soldados que simplemente tiene que cumplir con una misión. Sucede algo similar con los partisanos griegos, quienes se ven en la obligación de tratar de expulsar a los alemanes que han invadido sus hogares y pueblos. Desde otra área es indudable la influencia de esta obra en otras películas como Los Doce del Patíbulo, Tobruk o Los Gansos Salvajes. Los Cañones de Navarone tiene un mérito mayor que se vincula con la permanente sensación de epopeya, algo que es muy complejo de lograr con credibilidad. En lo formal, el filme de Thomson es sobresaliente en efectos especiales, en la fotografía a cargo de Oswald Morris (El Hombre que quería ser Rey, El Espía que Vino del Frío, Lolita, The Hill) y el score a cargo de Dimitri Tiomkin (Río Bravo, Gigante y Yo Confieso).
La primera vez que vi Los Cañones de Navarone tenía 12 años y quedé pasmado por su calidad e interpretaciones. Es un filme al que suelo volver cada cierto tiempo no sólo por ser tremendamente entretenido, sino también porque tiene lo que suelo llamar mística. Las dinámicas entre sus protagonistas son fascinantes y el trabajo que realiza J. Lee Thompson con la cámara es notable. Pocas veces he visto un filme tan bien planteado en cada encuadre. Pareciera ser que todo calza a la perfección. Tampoco puede olvidar escenas como la de Quinn simulando ser un partisano ante soldados alemanes o al personaje de Niven asumiendo la responsabilidad que le corresponde en la misión de su vida.
En 1978 se realizó una especie de continuación de Los Cañones de Navarone titulada con poca creatividad Fuerza 10 de Navarone. En esta versión los capitanes Miller y Mallory, antes a cargo de Niven y de Peck, fueron interpretados por Edward Fox (El Día del Chacal) y por Robert Shaw (Tiburón). Ambos comenzaban la película al término de la misión del filme de Thompson y eran asignados a una nueva misión. Fuerza 10 de Navarone igual se deja ver y la dirección de Guy Hamilton (Goldfinger) cumplía. Otro punto interesante era la presencia de Harrison Ford a un año de Star Wars y que a fines de los 70` iba en camino a convertirse en la estrella que es hoy. Tampoco puedo olvidar el score de Ron Goodwin (Frenzy). Sin embargo, esta película nunca pudo superar la calidad de su predecesora.
Los Cañones de Navarone no ha envejecido casi nada con los años. Han pasado más de 50 años desde su estreno y la película continúa siendo un trabajo alucinante y realista. Estamos ante una obra obligada para los cinéfilos y que en comparación puede dejar en desventaja a muchas de las superproducciones de la actualidad. Si desean ver heroísmo en torno a una historia bien realizada esta es una excelente opción.
Título original: The Guns of Navarone (Los Cañones de Navarone) / Director: J. Lee Thompson / Intérpretes: Gregory Peck, Anthony Quinn, David Niven, Stanley Baker, Anthony Quayle, Irene Papas, Gia Scala y James Darren / Año: 1961.