La pluma de David Mamet es filosa porque muestra la bajeza del ser humano en situaciones límite, siempre en torno a personajes que pregonan amoralidades hacia la búsqueda de satisfacciones individuales. Éstas bordean el sistema, lo atraviesan y se sustentan en poder sacarle el máximo provecho a cualquier situación. Los guiones de Mamet están poblados de sujetos ruines, poco empáticos y que sobreviven a partir de códigos inusuales que se dan en la noche, en bares de poca monta, en negociaciones y en arreglos que se materializan en un callejón o bajo las luces de neón de clubes de mala muerte. El mundo de Mamet se esconde del día y sus exigencias son satisfechas por personas que desean ganar a toda costa, usualmente a través del engaño.

En toda la filmografía de David Mamet su ojo como director ha estado puesto en mostrar con ironía qué es el hombre, qué lo conduce y lo lleva a ser tan ruin, ya sea entre medio de apostadores (House of Games), en el ámbito de las agencias de inteligencia (Spartan) o bien en el terreno del cine (State and Main). El Precio de la Ambición sólo tiene a David Mamet como guionista (aquí adapta su obra teatral homónima) y la dirección corre por cuenta de James Foley, cineasta que a pesar de una filmografía irregular e inclasificable ha tenido aciertos como A Close Range y Confidence, y también obras olvidables como las secuelas de 50 Sombras de Grey y Fear. El Precio de la Ambición (Glengarry Glen Ross) es, sin duda, su mejor filme. Acompañado de la cadencia del score de James Newton Howard, la película de Foley destila energía, una excelente ambientación y un sobresaliente trabajo en la dirección de actores.

El reparto de El Precio de la Ambición es su mejor gancho. Al Pacino, Ed Harris, Alan Arkin, Jack Lemmon y Kevin Spacey trabajan en una oficina de venta de propiedades que se dedica a timar a desprevenidos clientes. Son vendedores con distintas experiencias que con tan sólo un teléfono y buena labia se dedican a exprimir el dinero de la clase media. Lo anterior, con eternas promesas sobre oportunidades para convertirse en millonarios, las que realmente no son ciertas. Todos los protagonistas de la película son despreciables a su modo, pero lo interesante es ver cómo Mamet se encarga de que empaticemos con ellos. Son un grupo de hombres que compiten entre ellos. Cada uno tiene su fórmula y en una noche lluviosa tendrán que recurrir a todas sus artimañas. Los protagonistas de Mamet hablan y hablan sobre mejores tiempos, sobre lo difícil que está todo y sobre la idea de que nadie es de confianza, menos en un ámbito poblado de mentirosos compulsivos.

El filme de James Foley no da respiros, lo que se hace aún más complejo cuando sus protagonistas tienen que salir a mentir, a embaucar con prospectos de desprevenidos clientes que no son muy promisorios. La película tiene una escena de antología con Alec Baldwin dando un discurso sobre el sentido de la venta totalmente aberrante. En pocos minutos barre el piso con su público, rebajando de paso sus respectivas hombrías y poniéndolos en el límite, es decir, ante la necesidad de lograr el cierre de una venta o morir en el intento. Esto porque en la finalidad última de la venta no existen los intentos, ya que ello sólo significa el inminente despido. Si vendes eres alguien. Por tal motivo, las justificaciones no existen y lo que realmente importa es tener “huevos de oro” para continuar mintiendo y engañando.

Mi primer acercamiento a El Precio de la Ambición fue hace mucho tiempo, con apenas 15 años. En aquel entonces me costó comprender la película, si bien quedé con la boca abierta por el ímpetu y fuerza de sus actores. Ya adulto entendí la complejidad de sus mensajes, los que son muy atingentes a los micromundos de las empresas de hoy o bien de las agencias de comunicaciones, de los estudios de abogados y, en particular, de quienes deben enfrentar el frenesí de las ventas.

El Precio de la Ambición es una obra de teatro hermosamente filmada, a la vez que es una película que muestra el impacto de un buen casting. Tenemos a un Jack Lemmon increíble que refine la idea de la desesperación próxima al retiro laboral. Alec Baldwin se luce en su monólogo como también Al Pacino en su última escena. Estamos ante una obra que habla de la desesperación en medio de la competitividad, pero nunca teniendo presente algo loable como sucede en cualquier competencia deportiva. Al contrario, aquí estamos ante la ley del más fuerte, o del más astuto, en medio de un ambiente que crece en la podredumbre de la mentira y en la idiotez de familias dispuestas a que le metan el dedo en la boca. James Foley dirigió una película sobresaliente y que rememora la compenetración de un casting muy en el estilo de 12 Hombres en Pugna de Sidney Lumet. Quizá pocos recuerdan El Precio de la Ambición, pero les garantizo que con tan sólo ver cinco minutos de ella quedarán abrumados frente al televisor.

Título original: Glengarry Glen Ross (El Precio de la Ambición) / Director: James Foley / Intérpretes: Al Pacino, Jack Lemmon, Ed Harris, Alan Arkin, Jonathan Pryce, Kevin Spacey y Alec Baldwin / Año: 1992.