El canadiense David Cronenberg ha desarrollado una filmografía usualmente vinculada a la síntesis entre la carne humana, la tecnología y la ciencia. En más de 40 años de carrera cinematográfica la mayoría de sus obras se han caracterizado por ser originales y, sobre todo, frías en su concepción. Con esto me refiero a cierto horror producto de la curiosidad del hombre, el que transgrede límites éticos y morales, ya sea para la creación de un nuevo avance o bien para llevar al ser humano hacia nuevos límites. En casi todos sus trabajos se produce una transgresión humana. Un investigación en torno a la mente humana da como resultado personas con la capacidad para matar con la mente (Scanners), la televisión sobrepasa la percepción del hombre para finalmente crear una nueva realidad (Videodrome), una máquina crea nuevas fronteras sensoriales y de paso produce un credo contra la tecnología (eXistenZ), las obsesiones y traumas de dos hermanos gemelos muestran la polarización de la identidad (Mortalmente Parecidos) y la violencia siempre es inherente al ser humano, independiente si se lleva una vida corriente (Una Historia Violenta).
Los filmes de David Cronenberg son tanto o más complejos que las obras de cineastas como David Lynch. Se podría decir que el director de La Zona Muerta va un poco más lejos, ya que en su filmografía abundan implicancias filosóficas. Sus primeros filmes son experiencias perturbadoras porque mezclan escenas convencionales de acción o de horror que provienen de actos mucho más inquietantes, usualmente vinculados a las posibilidades de la mente. En sus obras predomina una sensación de caos, efecto que tiene una mayor fuerza en las composiciones incidentales de Howard Shore, su colaborador habitual.
Luego del éxito de Shivers y de Rabid (con la actriz porno Marilyn Chambers), Cronenberg tuvo acceso a mejores condiciones y mayor presupuesto para rodar su nuevo filme. El resultado fue The Brood, una de sus obras menos conocidas. La película muestra como en el Cuerpolibre Instituto de Psicoplasmosis a cargo del Dr. Hal Raglan (Oliver Reed) se aborda la búsqueda de nuevas terapias emocionales para controlar la ira. Sin duda, son experimentos de avanzada que ayudan a pacientes a catalizar sus traumas, de modo de poder liberarlos de miedos, violencia o diversos problemas que se conectan con sus emociones. Entre las paredes de esta prístina instalación está Nola (Samantha Eggar), mujer que ha sido confinada a dicho lugar por su esposo Frank (Art Hindle), para que le puedan tratar su violencia, además de sus abruptos cambios de humor. La hija de ambos muestra algunos atisbos de violencia en su cuerpo, posibles abusos según su padre. Sin embargo, se trata de otro tipo de manifestación impensada, pero posible en los intereses de David Cronenberg.
The Brood, cuya traducción se puede entender como engendro, arranca con varios asesinatos en manos de una criatura que parece ser un niño. Es una manifestación que dista de humanidad y de la fisiología de cualquier persona. Es más bien una aberración que sólo genera destrucción. Con este filme, David Cronenberg nos invita a conectarnos con la idea de que la violencia mental es capaz de generar vida, es decir, una materialización que en apariencia es humana, pero que finalmente es sólo rabia contenida y almacenada que espera a ser desatada.
David Cronenberg trabaja los espacios con cierta pulcritud. En general, sus trabajos muestran modernidad en contraposición a un estado de salvajismo que es natural y temido en el hombre. El Dr. Raglan realiza sesiones de terapia con Nola, tratando de borrar en ella la violencia en su subconsciente que suele dominarla. Son intentos que desatan la monstruosidad que se esconde en nuestras frustraciones. Nola no puede controlar su lado salvaje, haciendo que lo imposible sea posible.
The Brood es un filme que inquieta, que altera como toda la filmografía de Cronenberg. Quizá una de las escenas más inquietantes de la película sucede cuando los poderes psíquicos de Nola se revelan ante su esposo. Aquel momento es repugnante, pero el director se las arregla para que queramos ver más, para que nos asombremos frente a su propuesta narrativa y visual. También se trata de una obra muy personal, ya que cuando Cronenberg escribió el guion del filme estaba en los trámites de divorcio de su primera esposa. Finalmente, obtuvo la custodia de su hija, ya que su ex mujer pertenecía a un culto del tipo budista, además de no estar en condiciones mentales para cuidarla. Esta experiencia fue el punto de partida para The Brood, obra que habla de la rabia entre padres, dejando como únicos damnificados a los hijos que hay entremedio.
The Brood muestra como la mente es capaz de producir una manifestación corpórea. Esto es posible por las perversiones de la ciencia, algo que después profundizó Cronenberg en La Mosca. La mitología de Frankenstein está siempre presente en la filmografía del director canadiense, así como la importancia que le da a los espacios físicos, a las estructuras arquitectónicas que son parte de sus historias.
Quienes son fanáticos de David Cronenberg no pueden dejar de ver esta gran película. The Brood es parte de sus inicios como autor y en ella están casi todas las obsesiones de su director. Para quienes están familiarizados con la obra del realizador de Promesas del Oeste, The Brood es la oportunidad para ver y admirar su faceta más jugada, la que producirá en ocasiones repulsión como también la impresión de haber visto uno de los filmes más inusuales y originales de fines de los años 70.
Título original: The Brood (también conocido como Cromosoma-3) / Director: David Cronenberg / Intérpretes: Oliver Reed, Samantha Eggar, Art Hindle, Henry Beckman, Nuala Fitzgerald, Cindy Hinds, Susan Hogan y Robert A. Silverman / año: 1979.