Lo que hace grande y trascendente a un filme de terror son varios elementos. Estos se relacionan con influencias cinematográficas, la capacidad de plasmar en imágenes una visión autoral propia, la posibilidad de que el día de mañana el filme se posicione como una obra de culto y, en especial, su capacidad para perturbar a los espectadores, para que estos se vayan del cine con una sensación abrumadora de miedo, de carencia y un pensamiento en torno a la imposibilidad de combatir a las fuerzas demoniacas que nos rodean. Hereditary tiene todos estos elementos, además de ser la obra de un director poco conocido como también lo fue en el pasado William Friedkin en la época en que estrenó El Exorcista, Richard Donner con La Profecía, Roman Polanski con El Bebé de Rosemary, Robin Hardy con The Wicker Man y M. Night Shyamalan con El Sexto Sentido hace casi 20 años.

Hereditary perturba y mucho. Es una obra que incluye los típicos sobresaltos del género de terror, pero que va más lejos en su propuesta. Aquí lo que verdaderamente produce pavor son las interpretaciones de sus protagonistas en torno a una historia que habla de las faltas familiares, de la manipulación, la locura y creencias que hacen de la familia y sus integrantes un espacio de personas sacrificables. El cineasta Ari Aster demuestra habilidad en la utilización de los espacios y en cómo hace de la arquitectura un elemento para la proyección de nuestras culpas.

Toni Collette interpreta a Annie, una mujer que ha perdido a su madre producto de una larga enfermedad. Vemos en cámara como ella, su esposo e hijos asisten al funeral de la matriarca, personaje que en vida fue un misterio y también un dolor de cabeza a partir de su frialdad y acciones manipuladoras. Desde esos primeros minutos en que asistimos al velorio vemos que algo pasa, que algo sucede o que está por suceder. En todo este panorama, Charlie, la hija menor, resalta por su extrañeza, por sus miradas, por los ruidos que emite de su boca y por cierta fijación hacia cosas que los niños simplemente no deben pensar o cuestionarse. Después sucede un evento horrible y la unidad familiar del principio queda despojada y rota. Sólo abunda la violencia verbal junto con la rabia contenida expresada en las maquetas que construye Annie y que se inspiran en distintos episodios de su vida.

Lo más terrorífico de Hereditary es cómo su director muestra la destrucción de una familia. Hay gritos, culpas y recriminaciones que se hacen públicas, que dañan y que provocan la desesperación y congoja de Peter, el hijo mayor, y también de un padre (Gabriel Byrne) reticente a las posibilidades del más allá. El filme es una advertencia sobre ciertas cosas que es mejor alejarlas del hombre. Estamos ante un filme que habla de la violencia psicológica y de las faltas que a veces se transmiten de padres a hijos. A veces parece que estuviésemos frente a la perpetuidad del mal, la que fermenta y muestra su real dimensión gracias a la pena y congoja humana.

Cuando vi el filme me quedé en varias ocasiones con la boca abierta e impresionado por imágenes que me recordaron aquella sensación de incomodidad que sentí la primera vez que vi El Resplandor de Stanley Kubrick (producto de sus sugestivos travelings y acercamientos de la cámara hacia los actores). Con este comentario no pretendo poner al filme de Ari Aster al nivel del trabajo del director de Barry Lyndon. Mi intención es sólo manifestar que Hereditary es una película que remece. Esto porque poco a poco va calentando motores hacia un final descabellado y horrible, ya que muestra la deshumanización y destrucción de una familia, esta vez no sólo por discusiones, sino a causa del mal más puro e imperecedero posible.

En ocasiones el filme me recordó mucho a The Wicker Man, a la idea de un colectivo de seres humanos que en forma voluntaria deciden dejar de lado la civilidad para arrojarse a los brazos de la buena fortuna, y sobre la base de un pacto con quien ni siquiera se debe invocar. Ari Aster reacondicionó el terror cinematográfico, haciéndolo más psicológico en medio de las dinámicas familiares que por diversos motivos finalmente se pervierten (algo que en 2015 exploró con éxito Robert Eggers en The Witch). También Hereditary podría ser una especie de continuación de El Bebé de Rosemary porque su final es tremendamente depresivo, oscuro y apocalíptico, dando cabida a la idea de que el bien no siempre triunfa. Hereditary es la historia de una familia que paga el precio de generaciones pasadas, de aquellos que juegan con fuego y no les importa si otros se queman. Ari Aster realiza una película magistral sobre la desesperación de quienes heredan los pecados de los padres. Este es cine de terror para asustarse, pero que además interpela la intelectualidad de espectadores que en cualquier tipo de familia han tenido que enfrentar momentos de locura que dejan huellas en el alma. Atención con Toni Collette, quien llora, grita, se retuerce, sufre y se equivoca como pocas veces se ha visto en pantalla.

Título original: Hereditary (El Legado del Diablo) / Director: Ari Aster / Intérpretes: Toni Collette, Milly Shapiro, Gabriel Byrne, Alex Wolff y Ann Dowd / Año: 2018.