Un grupo de detectives especializados en delitos contra menores identifican un paquete sospechoso proveniente de Holanda. En su interior hay una revista de pornografía infantil y el destinatario es nada menos que un ciudadano modelo de una familia de clase media de Great Neck, comunidad localizada en el estado de Nueva York. El dueño de esta publicación es Arnold Friedman, devoto padre y marido, además de ser un reconocido profesor de computación y de piano. Esta es la principal línea argumental del documental de HBO de 2003 de Andrew Jarecki, obra que tuvo la particularidad de registrar la debacle social de Friedman y de su familia a partir del hecho descrito y siempre desde el punto de vista de sus grabaciones digitales caseras. El filme de Jarecki incluye las entrevistas de rigor a los hijos y esposa de Friedman, además de las opiniones de detectives, abogados y psicólogos. Sin embargo, son las imágenes de la vida de los friedman las que se roban el protagonismo de este relato, ya que muestran las disfuncionales dinámicas familiares en torno a un caso sobre temas reprochados por la sociedad, entre ellos, la pedofilia, el abuso de los padres, la manipulación social, la falta de conexión con la realidad y los infiernos personales que se ocultan o son difíciles de identificar en comunidades comunes y corrientes.
Capturando a los Friedmans es un crudo relato sobre las dualidades que en ocasiones ignoramos o bien que escondemos, y que en este caso produjo un daño irreparable a niños, padres y la sociedad de Great Neck. El filme relata parte de las pulsiones sexuales de Arnold Friedman, las que afectan a sus más cercanos, especialmente a sus tres hijos. Somos testigos de la negación de hechos inapropiados, una situación que suele ser muy usual tanto en familias como en parejas. Los hijos de Friedman defienden la inocencia de su padre, pero también desde el plano visual presenciamos la tergiversación de la verdad. Estamos ante una complicidad pasiva, la falta de empatía y la negación más absoluta sobre faltas morales que finalmente suelen filtrarse. Eso es lo que le ocurrió a Arnold Friedman, sujeto en apariencia inofensivo que en vez de enfrentar su esencia prefirió construir una propia e individualista versión de lo que podría ser la constitución de una familia. Sin embargo, las mentiras reventaron en su cara, destapando también las confusiones éticas entre padres e hijos y en la simple evasión sobre algo tan básico como la diferencia entre lo que es correcto e inapropiado.
Los Friedman realmente nunca le tomaron el peso a sus faltas, reacción que está en cada uno de los videos que durante años grabaron David, Jessie y Seth, hijos que también evitan la verdad producto de la desesperación. Hay gritos, discusiones, resquemores, bandos, lealtades trastocadas y rabias acumuladas por años, pero también un horrible desapego a la realidad. En ocasiones, y desde la tribuna de espectadores, asistimos a un especie de dimensión paralela, si bien estamos ante hechos y situaciones que tampoco son tan ajenas a millones de familias en todo el mundo. Ningún núcleo familiar es perfecto, a la vez que no existen manuales sobre cómo ser padres o hijos. Los Friedman no lo son, pero sus experiencias son mucho más extremas porque miran la verdad desde puntos de vista que son sesgados y violentos.
Las grabaciones caseras de los Friedman son un tesoro para el cineasta Andrew Jarecki, quien tiene a su disposición un deleite visual sobre dinámicas familiares extremas y trastocadas en momentos extraordinarios. Utiliza este material con respeto y deja que hable por sí mismo, a la vez que lo contrapone con los testimonios y observaciones de todos los protagonistas que fueron artífices y víctimas de un abuso de poder lamentable. Otro aspecto interesante es que las revelaciones en este filme van acompñadas de información, cuyos espacios en blanco son completados por los espectadores. Algunas evidencias parecen irrefutables, pero otras dan espacio a la duda. Vemos a los Friedman como personas excéntricas con un sentido del humor a veces perverso y en otros momentos desde un terreno en que prima la más absoluta indolencia. Jarecki nos invita a que seamos parte del caso de los Friedman, a que observemos con alma de voyeristas sociales sus imágenes y privacidad más allá desde una simple posición de juez y verdugo.
Capturando a los Friedman es uno de los documentales más brutales que he visto no sólo por el hecho delictivo que exhibe, sino por su honestidad. Retrata las psicopatías y las relaciones de poder de una familia destruida por verdades negadas, traumas de la niñez y apetitos sexuales reprochables que durante años y en silencio fueron agigantándose. A esta innegable realidad se suman las grabaciones “capturas” en cámaras digitales de los Friedman. Son imágenes que desmitifican los momentos de felicidad de una familia, pero aquello no es más que una ilusión que nos hace recordar la frase de que nada es lo que parece. Andrew Jarecki (All the Good Things) desarrolló una de las piezas documentales más honestas, feroces y devastadoras de las últimas décadas. Estamos ante un filme preciso en lo formal porque carece de excesos de metraje y de explicaciones innecesarias. Tiene ritmo y un atributo esencial que es tanto su humanidad como ausencia de ésta. ¡Película documental imperdible y necesaria!