La detective Erin Bell luce cansada y desprolija, a la vez que su mirada expresa algo más profundo, una rabia permanente y absoluta hacia su vida, lo que fue en el pasado y lo que es en el presente. Para Bell el futuro no significa nada porque ella lo único que quiere es saldar cuentas, cobrar venganza de quien le quitó lo único que le importaba. Hace 15 años fue una agente encubierta. Su misión era desbaratar junto a su compañero una banda de ladrones de bancos. Sin embargo, algo salió mal porque las frustraciones y ambiciones personales de Bell se impusieron sobre la ley.
Bell destruyó su vida y de ser una mujer atractiva pasó a ser un cuerpo alcoholizado por recuerdos sobre lo que de repente quedó en pausa, sin ningún tipo de salida. Sus intensos ojos azules sólo expresan rabia, hastío de vivir sólo de sobras y ganas de mandar al diablo a todo lo que le rodea.
La historia de Destrucción no es nueva. Como espectadores hemos visto hasta el cansancio filmes sobre policías que a veces no son tan buenos porque en ocasiones la ley o simplemente hacer lo correcto se mueve en el terreno de lo subjetivo, en una moralidad ambivalente que define a personas que no son tan buenas y tampoco tan malas. La cineasta Karyn Kusama (La Invitación, Girlfight) tiene talento y sabe cómo aportar ritmo a una historia que finalmente es bastante convencional. Sin embargo, su principal atributo es su capacidad para dirigir actores, particularmente, a Nicole Kidman. La actriz de origen australiano demuestra su enorme capacidad para poblar la pantalla con los sentimientos y frustraciones de su personaje, pero lo que realmente vemos es una furia contenida que está a punto de explotar.
Destrucción hace referencia a la aniquilación de cualquier esperanza, anhelos o sueños. Durante 15 años la detective Bell puso en pausa su vida, incluso su rol como madre. Fue un camino hacia el despeñadero o bien en dirección al abismo, cuya deshumanización se detiene por una idea fija, la de saldar cuentas. En el pasado, el criminal que obsesiona a Bell identificó en ella su esencia, la de una mujer que buscaba tener y ser más. La detective desde el lado de la ley desea casi lo mismo que los criminales que busca. También está situada en el último escalafón de la sociedad y su belleza no la salva del anonimato y de la insignificancia. Quiso ser más, pero le salió caro y por quince años ha pagado las consecuencias. Tampoco busca redimirse del todo, ya que su interés es cerrar el círculo que quedó abierto y de paso transmitir algunos mensajes para su hija.
En el mundo del cine es usual leer y escuchar la expresión tour de force. Eso es lo que hizo Nicole Kidman a través de su detective Bell, una interpretación exigente, visceral y dispuesta a esconder la etérea belleza que ha caracterizado a la ganadora del Oscar a Mejor actriz por Las Horas. Se podría decir que estamos ante uno de sus papeles más complejos e intensos, más que el de Suzanne Stone en Todo por un Sueño. Cuando vemos su cansino rostro en pantalla nos conmovimos, asustamos y también empatizamos con la furia que por diversos motivos todos llevamos dentro. Destrucción es una buena película, cuya historia no pretende ser una epopeya entre policías y criminales como en los filmes de Michael Mann. Sus ambiciones son más acotadas, lo que no importa porque Kidman está en cada una de sus escenas y eso de por sí es una experiencia alucinante.
Título original: Destroyer (Destrucción) / Director: Karyn Kusama / Intérpretes: Nicole Kidman, Toby Kebbel, Tatiana Maslany, Sebastian Stan, Scoot McNairy, Bradley Whitford y Toby Huss / Año: 2018.