A lo largo de mi vida he visto innumerables filmes de personas con enfermedades que destruyen vidas, presupuestos y voluntades. Usualmente este tipo de películas tienen abundantes dosis de melodrama junto con moralejas empalagosas sobre qué significa vivir, cómo amar a los demás y, finalmente, cómo sobrevivir a enfermedades que parecen sacadas de libros de ciencia ficción, si bien éstas son reales y afectan a muchas personas sin distinguir posición social, credo o país. The Doctor toma distancia de la descripción previa. En vez de lo usual, el filme de la directora Randa Haines lanza sus argumentos y discursos desde las faltas de los doctores, en particular del Dr. Jack MacKee (William Hurt).
Basado en el libro “A Taste of My Own Medicine” del médico Ed Rosenbaum, The Doctor centra su historia en MacKee, un brillante cardiólogo a quien le detectan de un día para otro un tumor cancerígeno en la garganta. Esta enfermedad le hará cuestionarse su trato hacia a sus pacientes, el sistema de salud que tanto defiende y protege, y también su mortalidad. Haines, cineasta que también trabajó con Hurt en “Te Amaré en Silencio” siempre ha tenido habilidades para dirigir actores y en The Doctor hace que su protagonista se luzca en cada escena. En los primeros minutos del filme vemos a un Jack MacKee que se comporta como si fuese un mecánico frente a pacientes que parecen automóviles, ya que los opera, realiza un buen trabajo y los despacha a su casa. En esta relación también los omite, no los escucha y mantiene distancia. Es un doctor carente de empatía como muchos, cuyo trabajo se sustenta en dos niveles: operaciones exitosas o clientes que llegan más rápido a la morgue.
The Doctor es un filme con las peculiaridades de los años noventa, con esas historias de superación y redención basada en hechos reales que además abusan de algunos momentos con aroma a filosofía new age, tan de moda en aquellos años. Sin embargo, también es una obra que va más allá al profundizar en la frialdad de hospitales, isapres y reglamentos que en cientos de ocasiones sólo obstaculizan la posibilidad de mejoría en los pacientes. Cuando Jack MacKee se ve reflejado en otros pacientes es el momento en que admite sus faltas y la perversidad inherente al sistema desde el cual trabaja, opera y vive.
The Doctor no es una película imprescindible, pero se deja ver con atención y asombro. William Hurt realiza una soberbia interpretación, a la vez que es parte de una obra que hace 30 años ya cuestionaba un sistema de salud con enormes deficiencias, las que hoy son más públicas que nunca en todo el mundo. Seguramente, los espectadores se sentirán identificados en más de alguna oportunidad con lo que verán en pantalla, preguntándose de paso sobre las dificultades monetarias detrás de horribles enfermedades, las crueles pre-existencias que simplemente hacen la diferencia sobre si te salvas o no, y sobre aquellos médicos que hicieron mal su trabajo, que nunca supieron nombres o que no supieron interpretar miedos y angustias. Es cierto que hay buenos doctores y muy buenos hospitales o clínicas, pero cuando te diagnostican una enfermedad casi fatal es el momento en que más se necesita la contención de personas correctas, además de acceso en todo sentido. Si desean ver otras películas sobre hospitales y pacientes con críticas desde el drama o la comedia, les recomiendo Article 99 (Howard Deutch, 1992) y, en especial, The Hospital (Arthur Hiller, 1971).
Título original: The Doctor (también conocida como Esperanza de Vida) / Director: Randa Haines / Intérpretes: William Hurt, Christine Lahti, Elizabeth Perkins, Mandy Patinkin, Adam Arkin y Wendy Crewson / Año: 1991.