En 1984 revitalizó el género de ciencia ficción con Terminator, en 1986 reformuló la franquicia creada por Ridley Scott y Dan O`Bannon sobre un célebre xenoformo en Aliens, en 1997 se ganó el favor de la crítica con Titanic y en 2009 tomó algunos lineamientos argumentales de Danza con Lobos llevándolos al fenómeno mundial en que se convirtió Avatar, filme que llevó la digitalización hacia nuevas fronteras. James Cameron en casi cuarenta años de carrera apenas ha dirigido ocho filmes, si bien casi la mayoría de sus trabajos han sido éxitos en taquilla, además de posicionarse como referentes de la cultura popular. Cuesta decidir si James Cameron es un director con un estilo propio o un buen artesano que en el cine de ciencia ficción y en el desarrollo de la técnica visual ha encontrado su espacio.
Lo cierto es que James Cameron tiene un estilo propio. Primero está la citada tecnología, ya que fue uno de los impulsores de la digitalización en el cine, permitiendo a las audiencias conectarse con la posibilidad de lo imposible. En todas sus películas, desde los tiempos en que fue apoyado por Stan Winston en Terminator, James Cameron ha tratado de conectarnos con la maestría de los efectos especiales como antes lo hizo Ray Harryhausen con sus stop motion (en películas como Jasón y Los Argonautas) o el director Byron Haskin (La Guerra de los Mundos). Pero James Cameron también ha mostrado a través de sus filmes diversas inquietudes narrativas, siendo algunas de ellas: el apocalipsis de la sociedad humana, los peligros de la inteligencia artificial cuando esta queda en manos de inescrupulosas corporaciones, la capacidad del ser humano para destruirlo todo y cómo el hombre es capaz de construir invenciones que en determinadas ocasiones se salen de control. Sus puntos de vista corresponden a la de un director que observa con nostalgia el pasado desde un presente convulsionado, atrapado en la tecnología y con humanos que en la experimentación han descubierto su propio fin, el término de la humanidad.
El Secreto del Abismo es probablemente una de las películas más personales de Cameron. En una instalación de exploración marina convive un grupo de trabajadores que en pocos días inician los primeros contactos con una raza extraterrestre en medio de la polarización mundial entre Rusia y Estados Unidos. El filme es una de las últimas “cargas” visuales de la Guerra Fría, ya que se estrenó en el mismo año del colapso de la Unión Soviética. Los buenos de rigor son los habitantes de esta plataforma submarina capitaneados por Bud Brigman (Ed Harris) y Lindsey Brigman (Mary Elizabeth Mastrantonio), mientras que los malos de turno son el comando militar encargado de averiguar el hundimiento accidental de un submarino nuclear estadounidense. El líder de este pequeño grupo de soldados es el teniente Coffey (un soberbio Michael Biehn).
James Cameron desarrolla espectaculares tomas submarinas, si bien explora en una escala más íntima en la separación del matrimonio entre Bud y Lindsey Brigman, y en cómo un incidente internacional podría volver a unirlos. En el ámbito de lo macro, entre agencias de gobierno y militares, abunda la desconfianza y las dudas. En contraposición, en áreas más acotadas, el foco es la restauración de la confianza y los afectos entre un hombre y una mujer que no han terminado de amarse.
El Secreto del Abismo es un filme innovador que en ocasiones se viste de superproducción, pero en otros momentos es un relato familiar, una posible unión teniendo en la superficie un descalabro mundial de proporciones casi apocalípticas. El filme también es una advertencia desde una raza extraterrestre preocupada por la ruindad del ser humano y sus conflictos de carácter político. Cameron realiza por medio de esta obra una declaración de principios, casi en la línea del pacifismo social, situación curiosa al considerar que gran parte de su filmografía se sustenta en la violencia como espectáculo.
El Secreto del Abismo es una película dinámica, que continúa asombrando por su técnica, con buenos protagonistas y que también inspiró otros filmes de diversa calidad como la infame The Rift (Juan Piquer Simón, 1990) y la efectiva Leviathan (George P. Cosmatos, 1989). Uno de sus puntos altos es la interpretación de Michael Biehn, quien debería haber estado nominado al Oscar como Actor Secundario, ya que realiza un trabajo excepcional en torno a la idea de la paranoia. Como es habitual en las críticas de Espectador Errante, también destacó el score de Alan Silvestri (trilogía de Volver al Futuro) y la fotografía submarina de Mikael Salomon.
James Cameron es un cineasta que despierta pasiones entre los espectadores. En ocasiones dan ganas de haberlo visto en trabajos distintos, más allá de la franquicia de Terminator o en las futuras secuelas de Avatar que está desarrollando. Sin duda, pertenece al grupo de cineastas más destacados de la década de los años 80 y 90, y es muy probable que su obra produzca nuevos debates entre la crítica especializada. Estamos ante un cineasta que llevó la idea de lo high tech hacia nuevas fronteras de la cinematografía. Basta con analizar, por ejemplo, lo que hizo con Aliens, su tercera película como director en donde fue capaz de orquestar todos los recursos visuales posibles con una historia de sobrevivencia y adelantándose al rol de la mujer como heroína de acción en el cine. Volviendo a El Secreto del Abismo, probablemente ésta sea la película con más densidad del realizador de True Lies, no sólo porque transcurre debajo del agua, sino por sus atingentes planteamientos sobre la humanidad y su posible destino.
Título original: The Abyss (El Secreto del Abismo) / Director: James Cameron / Intérpretes: Ed Harris, Mary Elizabeth Mastrantonio, Michael Biehn, Leo Burmester, Todd Graff, John Bedford Lloyd, J.C. Quinn y Kimberley Scott / Año: 1989.