Quentin Tarantino es un referente de la cultura popular, un cineasta tremendamente avezado sobre la cinematografía mundial, conoce y comprende el cine tanto como fenómeno de masas como espacio para la expresión artística, la estética de su filmografía siempre será asociada a lo que está de moda y también es uno de los cineastas que prácticamente ha hecho de cada una de sus películas una obra única que es conocida y venerada por cinéfilos, críticos y otros directores. Se podría decir que Tarantino dejó de ser una individualidad del cine para transformarse en un patrimonio social, ya sea de la gente que comprende lo que está viendo en pantalla y, en particular, de quienes no tienen idea sobre el origen de las referencias cinéfilas utilizadas en sus filmes. El caso de Tarantino se parece mucho al de Stanley Kubrick en cuanto a impacto y cantidad filmográfica (pocos filmes en varios años de carrera). Sin embargo, se pueden detectar diferencias sustanciales. Kubrick trabajó el cine desde la metafísica, la alta cultura y la racionalidad. En cambio, Tarantino siempre ha sido sinónimo de “rescate cinematográfico”, de homenajes y eternas referencias, y también de pasión cinéfila consciente y desmedida.
Con Érase una vez en Hollywood nos situamos en un Quentin Tarantino todavía más consciente de lo que representa. Estamos ante un cineasta en una etapa madura que en los últimos años ha dicho que pronto se retirará del cine, a la vez que cada uno de sus estrenos suele ser un evento mediático, además de la exploración de nuevos posibilidades en diversos géneros. Su último filme cumple dicha característica al reunir a dos estrellas consagradas como lo son Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, y también por abordar el significado de la palabra Hollywood en 1969, un año en donde el cine estadounidense dejó de ser una fábrica de sueños para transformarse en una plataforma artística para nuevos autores más conectados con la contracultura, la crítica social y la desilusión ante la política y cualquier poder fáctico.
Érase una vez en Hollywood parte con una breve entrevista a Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) junto a su doble Cliff Booth (Brad Pitt). Dalton es un actor categoría B, que alguna vez pudo brillar en cine, pero que producto de sus exageradas interpretaciones finalmente encontró fama en la televisión en un popular show sobre vaqueros. Sin embargo, el programa se canceló por diversos motivos, dejando a Dalton en medio del olvido, del alcoholismo y de lo que pudo ser como actor. En este escenario se le presenta la oportunidad de emigrar a Europa, un oasis para aquellos intérpretes en decadencia. La inspiración de Tarantino en la historia de Dalton es evidente. Me refiero a la conexión con Clint Eastwood, actor de cine B en los años 50` y que se hizo un nombre con la serie Rawhide (1959-1965) para después ponerse a las órdenes de Sergio Leone con su imperecedera Trilogía del Dólar. Dalton no es Eastwood y su vida no se dirigió hacia Leone, sino a otro maestro del Spaghetti Western, me refiero a Sergio Corbucci (El Gran Silencio). Paralelamente a Dalton, incluso viviendo al lado de su casa, está Sharon Tate (Margot Robbie), actriz que fue esposa y musa del cineasta Roman Polanski y que estando embarazada fue masacrada por algunos de los seguidores de Charles Manson.
Tarantino alterna entre el miedo de Dalton a ser olvidado, la dificultad para recordar sus parlamentos y su relación casi de hermandad con Booth. En otros momentos dirige nuestra atención hacia Sharon Tate, joven y hermosa promesa que disfruta la ciudad de Los Ángeles y que va al cine a verse a sí misma en cintas como The Wrecking Crewjunto a Dean Martin. De alguna forma, Tarantino profundiza en aquella necesidad de aprobación de quienes integran el ecosistema de Hollywood, así como la veneración que producen los actores tanto en televisión como en el cine. En varias oportunidades vemos en las calles de esta ciudad inventada los carteles de aquellas películas con las que creció el director de Pulp Fiction: The Night They Raided Minsky`s, Ice Station Zebra y Funny Girl. Más poderosa y palpable es el legado de la televisión con programas que de alguna forma fueron sepultando al cine en una verdadera crisis que sólo se pudo revertir en los años 70` con los blockbusters de Steven Spielberg (Tiburón) y de George Lucas (Star Wars). En las escenas de Érase una vez en Hollywood vemos imágenes o fotografías de Los Agentes de Cipol, The F.B.I., Combate y Mannix.
Seguramente, una porción de los espectadores dirá a la salida del cine frases sobre lo entretenido que fue el último filme de Tarantino, su notable selección musical, la interesante química entre DiCaprio y Brad Pitt, y lo asombrosa que son algunas de sus escenas, en especial aquellas de Dalton utilizando un lanzallamas o cuando Brad Pitt ofrece golpes al mito de Bruce Lee cuando éste interpretaba a Kato en El Avispón Verde. No obstante, lo interesante de Érase una vez en Hollywood está en el subtexto, en especial cuando Tarantino se empeña en modificar el trágico destino de Sharon Tate. Cuando vi el filme pensé que lo hacía por una razón muy concreta, la de mostrarnos un Hollywood con finales siempre felices, mejores que la propia realidad. En la película persiste un esfuerzo deliberado por mostrarnos a interpretes a los que son fáciles de acceder. Quizá sea una forma de conservar el mito, de jugar con realidades e historias en las que todavía era fácil identificar a buenos o malos. El clan de Manson está integrado por miembros débiles y torpes, sólo un grupo de jóvenes hippies perdidos y anarquistas que son fáciles de alejar. Es así que la maldad, el salvajismo con el que mataron a Sharon Tate termina siendo sólo otra versión de una realidad con diversos finales alternativos hasta quedar el que realmente nos hubiese gustado ver en pantalla grande.
Érase una vez en Hollywood es la carta de amor de Tarantino por el cine, por lo que hay detrás de éste, por sus posibilidades y juegos de montaje. François Truffaut habló en La Noche Americana sobre sus principales influencias y en cómo el cine puede transformarse en experiencias de vida en donde lo único que importa es la película, en filmar una realidad ya sea perfecta o imperfecta, pero que tiene que mostrarse en pantalla. Tarantino no habla tanto del sentido de producción fílmica, de los sacrificios para filmar o de las obsesiones y demonios de las vidas que quienes captan momentos ficticios en 35 milímetros. Su visión va más por los estados anímicos que nos ofrece el cine y lo que buscamos en éste. Su cámara apunta al ofrecimiento de momentos únicos que suelen colarse entre nuestras experiencias personales e interpersonales.
El último aporte de Tarantino al cine dio como resultado una película entrañable, con personajes que se prepararon con cariño y admiración, tanto en sus defectos como en sus momentos más loables. Es casi imposible no empatizar con las inseguridades de Dalton, la inocencia de Tate y el sentido de realidad de Booth. Estamos ante el filme más personal de Tarantino, con toda su estética kitsch, con sus eternos y asertivos diálogos, con su sentido del espectáculo y, finalmente, con una nostalgia y cariño genuino por aquellas imágenes y referencias visuales que seguramente habrá visto no sólo una vez, sino cientos de veces. El director de Kill Bill nos muestra el cine estadounidense en un momento de inflexión, a meses de los primeros pasos del Nuevo Hollywood y en una época en que todo parecía simple evasión, quizá la más pura, simple y genuina del celuloide.
Título original: Once Upon a Time in…Hollywood (Érase una vez en…Hollywood) / Director: Quentin Tarantino / Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Emile Hirsch, Margaret Qualley, Kurt Russell, Timothy Olyphant, Dakota Fanning, Bruce Dern, Mike Moh, Luke Perry, Damian Lewis, Al Pacino, Nicholas Hammond, Lorenza Izzo, Samantha Robinson y Rafal Zawierucha / Año: 2019.