Es probable que el nombre de Matthew Robbins no sea muy conocido, pero sí su trabajo como cineasta y guionista. Fue el director de tres películas realizadas en los años ochenta que hoy podrían ser consideradas de culto: Dragonslayer, La Leyenda de Billie Jean y Milagro en la Calle 8. También fue el guionista de Loca Evasión, el primer largometraje de Steven Spielberg (no olvidar que Duelse realizó para la televisión y que gracias a su éxito posteriormente se estrenó en algunos cines). Además, firmó los guiones de dos filmes de Guillermo Del Toro: Mimic y La Cumbre Escarlata.

Dragonslayer es uno de los trabajos más logrados de Robbins junto con haber sido un antecedente directo para las trilogías de El Señor de los Anillos de Peter Jackson. Esto se debe a que la película tomó varios elementos del universo literario de J.R.R. Tolkien, entre ellos, la idea de la travesía hacia una aventura, el dragón Smaug de El Hobbit, la utilización de poderes mágicos y algunos conceptos asociados a las pugnas de poder, la igualdad de género y el tópico del sacrificio. El filme sigue las aventuras de Galen (Peter MacNicol), aprendiz del hechicero Ulrich (Ralph Richardson), cuya misión será destruir a un poderoso dragón que suele incinerar a jóvenes vírgenes y pueblos enteros.

En 1978 se produjo una versión animada de El Señor de los Anillos dirigida por Ralph Bakshi (Fritz, El Gato). Sin embargo, no existía ninguna referencia de “carne y hueso” para las aventuras de Gandalf o Aragorn. La oportunidad vino con el auge del cine fantástico en la primera mitad de la década de los ochenta, con películas como Excalibur (John Boorman, 1981), El Cristal Encantado (Jim Henson y Frank Oz, 1982), Conan, El Bárbaro (John Milius, 1982), El Señor de las Bestias (Don Coscarelli, 1982), La Historia sin Fin (Wolfgang Petersen, 1984) y Leyenda (Ridley Scott, 1985). Lo cierto era que llevar a un largometraje la historia de Frodo resultaba ser un desafío muy costoso. Por tal motivo, Dragonslayer se convirtió en una alternativa, cuya inspiración en el clásico de Tolkien es indiscutible.

Reconozco que me topé con Dragonslayer ya de adulto. Recordaba haber visto algunas escenas durante mi infancia, pero no fue hasta hace algunas semanas que encontré en DVD esta notable película. Conocía el resto del trabajo de Matthew Robbins, pero no la que hoy es considerada su obra más venerada. Lo que más disfruté de esta película fue su sentido de veracidad. Hasta el día de hoy alucino con la imaginería de Peter Jackson, aún cuando ésta provino de la excesiva digitalización. En cambio, Dragonslayer de Robbins respira autenticidad. Los pocos efectos digitales en el último tercio del filme están muy bien desarrollados. En los momentos en que se nos insinúa en cámara al nefasto dragón predomina el suspenso, la importancia del “menos es más”. Ralph Richardson interpreta a un hechicero más misterioso y errático que el Galdalf de Ian McKellen, a la vez que Peter MacNicol (famoso por su rol de John Cage en la sitcom Ally McBeal) representa un héroe menos preocupado por cómo luce en pantalla. Al contrario, su interpretación transmite encanto y determinación.

Dragonslayer es de esas películas que nos ayudan a enamorarnos aún más de los libros y de las historias fantásticas. Estamos ante una historia que nos conecta con los miedos y dichas de la infancia, con aventuras que en el papel se ven como situaciones colosales, si bien éstas siempre traen consigo enseñanzas y la posibilidad de descubrir en nosotros mismos las capacidades necesarias para dominar nuestras debilidades. Es interesante cómo su director abordó un relato que tomó elementos del cine clasicista del Hollywood de los años 50 y 60 (algo que podemos constatar en el sublime score de Alex North, quien musicalizó filmes como Espartaco, Cleopatra y La Agonía y el Éxtasis). Por diversas razones, al ver el filme de Robbins también rememoré aquella joya de Richard Fleischer titulada Los Vikingos, así como algunos trabajos de Ray Harryhausen.

Dragonslayer seguramente está en la mente de muchos de quienes leen este comentario, de quienes recuerdan el sentido de épica de esta película en una etapa del cine que hoy sería muy difícil de imitar. Sus escenas profundizan en la magia, en poderes desconocidos que provienen de un amuleto y de nuestra propia alma. Es una obra sin pretensiones que nos conecta con la fascinación que sólo puede producir el cine, con sus juegos de luces y sombras en torno a desafíos que parecen imposibles. Matar a un dragón no lo hace cualquiera y tampoco un filme como éste.

Título original: Dragonslayer (también conocido como El Verdugo de los Dragones o El Dragón del Lago de Fuego) / Director: Matthew Robbins / Intérpretes: Peter MacNicol, Caitlin Clarke, Ralph Richardson, John Hallam, Peter Eyre, Sydney Bromley y Chloe Salaman / Año: 1981.