El cineasta canadiense Atom Egoyan ha dado palos de ciego en los últimos años, con filmes convencionales y muy por debajo de sus mejores trabajos en los años 90. Pero volviendo al pasado, sin duda, es fácil reconocer a uno de los mejores cineastas de las últimas décadas, destacando su virtuosismo como autor en el filme El Dulce Porvenir. Esta película fue una de las más aplaudidas de 1997 junto con posicionarse como una de las obras más dolorosas sobre el sentido de pérdida.
En una localidad apartada y rodeada de montañas una comunidad debe enfrentar un fatal accidente que involucra a los niños de la comunidad. El bus escolar que los transportaba cae a un lago congelado, cuyo hielo se desquebraja. El último aliento de inocencia queda sepultado en heladas aguas con apenas un par de sobrevivientes. Mitchell Stephens, un abogado interpretado por un soberbio Ian Holm, tendrá la misión de buscar las compensaciones monetarias respectivas, incluso si aquello significa pasar a llevar las vidas de padres acongojados, en pena y otros en horribles faltas.
Mitchell se atiene a las leyes que defiende y protege. Es algo oportunista en sus movimientos, pero también es un padre en falta con una hija drogadicta a la que apenas ve y de la cual siente una tremenda vergüenza. Atom Egoyan incluye en su filme pasajes de la leyenda El flautista de Hamelín, fábula alemana documentada por los Hermanos Grimm. En dicha narración un desconocido flautista libra a un pueblo de todas las ratas a cambio de un pago, el cual no se cumple. Es así que el flautista en venganza por el acuerdo incumplido decide encantar con la música de su flauta a todos los niños de la localidad, para conducirlos hacia un final que involucra desapariciones y muerte. Sólo quedan algunos niños rezagados con problemas físicos, quienes dan cuenta de este triste desenlace.
El Dulce Porvenir, basado en la novela homónima de Russell Banks, es una analogía de la historia del flautista de Hamelín porque en el pueblo en donde sucede la historia es la negligencia parental y los abusos de un padre hacia su hija lo que da paso a una suerte de castigo sobre los niños del pueblo. Egoyan describe el dolor y la congoja de personas mutiladas por el sentido de pérdida. Mitchell arrastra aquel dolor y lo convierte también en una causa personal. Quiere echarle la culpa a una persona o bien al municipio de la ciudad porque ve en este caso una forma para descargar su propia rabia en relación a un entorno, a una sociedad, que le arrebató a su hija drogadicta, mucho antes del accidente que investiga. Lo importante es que él es culpable por no seguir tratando, por haber abandonado en algún punto la lucha por su hija.
Atom Egoyan alterna las temporalidades de su historia para mostrarnos a un Mitchell que mediante el caso del accidente del bus escolar recibe una advertencia, pero que al parecer también termina por desestimarla. El Dulce Porvenir muestra que los padres no tienen la capacidad para controlar el destino de sus hijos, menos su seguridad, y aquel sentimiento es muy perturbador. Egoyan filma el accidente sin recurrir a grandes efectos especiales o técnicos. En vez de ello, privilegia el punto de vista de Billy Ansell (Bruce Greenwood), padre que desde una camioneta detrás del bus observa el letal desenlace con sus hijos abordo. La escena es cruda, directa y tan despiadada como debe ser la sensación ante la pérdida de un hijo. En el filme se analiza cómo los padres viven con el miedo latente de la pérdida, desde el nacimiento y la niñez de los hijos. En esta etapa están a merced de muchos factores externos. Son tanto una dicha como un recordatorio permanente de su propia fragilidad, una que muchas veces se extiende hasta la adolescencia.
El accidente que se relata en El Dulce Porvenir es trágico, así como el abuso del padre de Nicole (Sarah Polley), una de las pocas sobrevivientes. Aquella idea es violencia y se sustenta en un resultado abominable. Volviendo a Mitchell, estamos ante un padre que recuerda todos los dolores originados por su hija, ya sea en las clínicas para drogadictos en donde la trató o las veces en que lo llamaba para pedirle dinero. Es la procesión interna que siempre el padre llevará consigo y a cualquier lugar o momento. En una escena Mitchell señala que toda la rabia y todo el desamparo a causa de su hija drogadicta modificó su amor hacia ella convirtiéndolo en orina caliente, una expresión que muestra la impotencia paternal.
El Dulce Porvenir es una obra desgarradora sobre la tortura entre padres e hijos, entre relaciones que no siempre son perfectas, sino más bien intentos de bondad, momentos de maldad y muchas horas de negligencia. Es una historia sobre la frustración parental en la figura de Mitchell. Ian Holm, quien falleció hace pocos meses, realiza uno de sus mejores roles en pantalla. Sus ojos, su economía física y pequeños detalles hablan de un hombre muy dolido, cuyos recuerdos trascienden a la pantalla (notable la escena en que relata un episodio de su hija durante su infancia).
El Dulce Porvenir es una de las películas más dolorosas que he visto, con escenas imposibles de olvidar. Ojalá que Atom Egoyan vuelva a recuperar el talento y la agudeza visual que desarrolló en este filme. Todos los actores están perfectos en sus papeles, destacando la etérea belleza y fragilidad de Sarah Polley. Estamos ante uno de los filmes más sublimes, tristes, independientes y profundos de los años 90. Mención especial para el sugerente score a cargo del compositor Mychael Danna.
Título original: The Sweet Hereafter (El Dulce Porvenir) / Director: Atom Egoyan / Intérpretes: Ian Holm, Sarah Polley, Maury Chaykin y Bruce Greenwood / Año: 1997.