Anthony Hopkins persiguió durante dos décadas el anhelo de transformarse en estrella de Hollywood. Por tal motivo, buscó participar en proyectos con cineastas destacados que pudiesen otorgarle la exposición mediática que quería. Trabajó en filmes producidos por Inglaterra, pero con distribución estadounidense, entre ellos The Bounty, junto al equipo australiano conformado por el director Roger Donaldson y el actor Mel Gibson. También se colocó bajo las órdenes de David Lynch, futura promesa del cine en 1980 y que gracias al apoyo de Mel Brooks pudo llevar a la pantalla grande El Hombre Elefante. Posteriormente, tuvo otra oportunidad junto a Michael Cimino, el célebre creador de El Francotirador, esta vez en un remake de Horas Desesperadas, protagonizada anteriormente por Humphrey Bogard y en su versión moderna por Mickey Rourke. Sin embargo, ninguno de estos proyectos le reportó a Hopkins la exposición que deseaba como actor.

Es importante señalar que la carrera del actor británico, de reconocida voz y expresión en sus ojos, siempre fue renuente al clasicismo inglés. Anthony Hopkins realmente no quería verse enfrascado en los clásicos literarios, particularmente en las obras de shakespeare. Desde su debut en cine en El León en Invierno (1968) trató de apartarse de dicho camino, para finalmente participar en películas más populares, con temas atingentes a las grandes audiencias. En los años 70 trabajó con Richard Attenborough en filmes de género, la notable cinta bélica Un Puente Demasiado Lejos, y en Magic, una interesante cinta de terror psicológico junto a Ann-Margret. Todo lo anterior se fue gestando a partir de su deserción del prestigioso National Theatre para probar suerte en Hollywood. En aquella época el reputado Laurence Olivier tenía mucha estima hacia el actor galés, pero realmente Hopkins quería probar roles más atípicos respecto de su formación teatral.

Esta larga travesía, en la que sucumbió durante los años 70 a un fuerte alcoholismo y ciertos ataques de ira, recién amainó en 1991. En aquel año un proyecto de género de la mano de un director poco conocido –Jonathan Demme– le dio a Hopkins el rol de su vida y el Oscar al Mejor Actor. Aunque pocos lo reconozcan, El Silencio de los Inocentes, un filme de terror y suspenso, se alzó como la mejor película del año, además de transformarse en un virtuoso ejemplo de cómo desarrollar un clásico del cine con pocos recursos. La habilidad de Demme como director de actores condujo a Hopkins hacia el estatus de estrella mundial del cine, y de ahí los papeles no pararon.

Y 30 años después de aquella proeza fílmica, nos encontramos con un Anthony Hopkins recibiendo el Oscar a Mejor Actor por El Padre. En estas tres décadas se sumaron nuevas nominaciones al Oscar (Nixon, Amistad), colaboraciones con cineastas internacionales, varios blockbusters (Hannibal, Leyendas de Pasión, La Máscara del Zorro), cintas mediocres (Transformers: El Último Caballero, Bad Company), proyectos independientes (The World`s Fastest Indian), filmes de culto (The Edge) y obras reputadas del tándem James IvoryRuth Prawer Jhabvala (La Mansión Howard, Lo que queda del Día). Sin embargo, Anthony Hopkins comenzó a encasillarse en roles de hombres sabios, con ciertos ademanes algo repetidos para las audiencias. Faltaba riesgo y nuevos proyectos que se centraran en la interpretación en vez del artificio visual. El Padre representó aquella oportunidad.

En El Padre, Hopkins interpreta a un anciano que comienza a perderse en los laberintos de la mente. Su hija Anne (Olivia Colman) ya no tiene la capacidad para cuidarlo, menos aún para soportar su temperamento. Florian Zeller, cineasta y dramaturgo francés, adapta su obra al cine junto al guionista Christopher Hampton (Dangerous Liaisons). Con hábiles recursos visuales sitúa al espectador en la mente perturbada y confundida del protagonista. Lo interesante de esta propuesta es que a través de la confusión visual nos situamos en la mente de un anciano que hace mucho dejó de ser autovalente.

Nunca se especifica la enfermedad del protagonista, pero está claro que podría ser alzhéimer u otra de carácter degenerativa. Lo relevante en el filme es que Hopkins interpreta a un hombre que comienza a disociarse de su pasado, recuerdos y el mundo que lo rodea, lo que a la vez representa un dolor silencioso y amargo para familiares. Zeller construye escenarios físicos e interpretativos que nos sitúan en la cabeza y percepción de la realidad del octogenario, una que mezcla mensajes, estímulos y contextos, además del presente y pasado. Es el hombre adulto que vuelve a ser niño, que desea reencontrarse con su madre, y que nos recuerda que al final de la vida estamos solos.

El Padre recordará a los espectadores historias personales sobre sus familias. Hopkins llora en pantalla mostrándonos que no hay nada más triste que las penas y tristezas de un anciano. Ver sollozar a un niño conmueve, pero ver llorar a un padre significa presenciar la caída de un ídolo, de un faro familiar para transformarse en una vulnerabilidad cruda y gigantesca, y en ocasiones difícil de aceptar. En el rostro perdido de Hopkins podemos ver la anulación del recuerdo, de historias de vida que prácticamente quedan en la nada, lo que es un hecho concreto sobre la fragilidad del ser humano.

Florian Zeller filmó su obra de teatro desde la base de un tour de force interpretativo. Logró impacto emocional, si bien está lejos de convertirse en un clásico cinematográfico como sucedió con las adaptaciones al cine de Equus (Peter Shaffer) gracias a Sidney Lumet, Un Tranvía Llamado Deseo (Tennessee Williams) por Elia Kazan, y ¿Quién le tema a Virginia Woolf? (Edward Albee) bajo la batuta de Mike Nichols. Sin embargo, es un filme que suscita en los espectadores cuestionamientos sobre la vida y la tercera edad en medio de una sociedad a veces demasiado hiperconectada con las redes sociales.

El Padre nos invita como obra a que miremos hacia nuestra propia precariedad, además de humanizarnos ante los padecimientos inherentes de la tercera edad. Hopkins brilla con más de ochenta años, se apropia de los espacios, de las pausas y de los silencios. Privilegia una interpretación que se sustenta más en lo físico que en las palabras. Es el actor que siempre ha hablado como sabio, con una verborrea experta en muchos roles, si bien en esta película recorre un camino más silencioso. Es el actor de cine que comienza a despedirse de nosotros, un real sabio de la interpretación.

Título original: The Father (El Padre) / Director: Florian Zeller / Intérpretes: Anthony Hopkins, Olivia Colman, Mark Gatiss, Olivia Williams, Imogen Poots, Rufus Sewell y Ayesha Dharker / Año: 2020.