En 2010 adquirí mi primer i-Pod y dos años después compré un i-Phone. Estos aparatos cambiaron mi relación y percepción respecto del uso de la música, y en mi relación con familiares, amigos y conocidos mediante las redes sociales. Todo lo anterior desde una cajita negra touch que se asemeja a un computador personal y con acceso a diversas aplicaciones que eran imposibles de imaginar en los años 90´. Pero mi encuentro con las invenciones de Steve Jobs se remontaban a muchos años antes, cuando leía reportajes en la revista Conozca Más sobre los creadores de la informática moderna. Jobs fue uno de los fundadores de Apple, compañía que revolucionó la computación hasta el punto de masificarla como si se tratase de algún tipo de religión.
Ya en ese entonces la figura de Jobs me parecía enigmática, lo que se incrementó durante sus apariciones públicas en los lanzamientos de diversos productos que hoy buscan “hacer la vida más fácil”. Tampoco pude olvidar aquel discurso de Jobs en la Universidad de Standford en 2005. Había superado un cáncer al páncreas, por lo tanto, era el momento idóneo para inspirar a nuevas generaciones. Se trató de un video con sugerentes mensajes, el cual se utilizó en la agencia de comunicaciones en donde yo trabajaba, justamente para inspirar y para alimentar la creatividad de periodistas y comunicadores. La frase Stay hungry, stay foolish pregonó como si se tratase de un salmo proveniente de un genio, de una figura que debía ser admirada y venerada.
Reconozco que me costó tragarme el cuento y filmes para la televisión como Piratas de Silicon Valley me ayudaron a descubrir quién realmente fue el hombre detrás de sus zapatillas blancas, anteojos y polera negra. Finalmente, Jobs falleció y casi todo el orbe lloró por él. Todos querían un pedazo de él, es decir, el acceso a su inventiva. El imperio de Mac estaba asegurado y la conectividad artificial con otros también.
A pesar de lo anterior, todos los mitos y leyendas tienen algún grado de caducidad. Más aún cuando documentalistas como Alex Gibney deciden escudriñar detrás de las falencias de un ícono social y cultural. En sus obras, Gibney ha desenmascarado al ciclista Lance Armstrong, a los ejecutivos de la malograda Enron y la estupidez de los seguidores de la cienciología. En 2015 vino el turno de Jobs a través de un cautivador documental, cuyo principal objetivo era mostrar su lado déspota, deshumanizado y grandilocuente. Jobs tuvo la capacidad para orquestar y dirigir a muchos talentos de la informática. Se adelantó a nuestro tiempo con tecnologías sin límites, pero también manipuló a muchos para la materialización de sus propósitos.
Gibney profundiza en sus posibles motivaciones por medio de los testimonios de amigos y colaboradores, quienes enaltecen o atacan la figura de la cabeza de Apple. Son relatos de personas que también fueron deslumbradas por el genio que articuló un conglomerado empresarial millonario, el cual hoy es sinónimo de estatus y desarrollo a nivel de países. Los celulares del tipo i-Phone han hecho posible cierta revolución digital, a la vez que han suscitado una necesidad imperiosa por adquirir el último modelo o cualquier tipo de gadget con el sello de la manzanita. Es así que Gibney se atreve a cuestionar las acciones de Jobs, quien se convirtió en una especie de deidad, aspecto que quedó claro en los días posteriores a su muerte.
La historia de la humanidad se ha nutrido de muchos avances e inventos, pero estos no necesariamente provinieron de personas de incuestionable integridad. Al contrario, muchos de sus autores fueron abusivos y con claras tendencias a la tiranía. Jobs no fue la excepción, a la vez que fue un precursor desconectado de familiares y colegas. La frase que mejor lo describe en The Man in the Machine proviene de la madre de su primera hija, quien señala que Jobs nunca fue empático. Nunca se conectó realmente con los demás o más bien nunca le importó. En vez de ello, creó aparatos que nos han permitido conectarnos de manera artificial todo el tiempo y con millones de personas. La ironía está en que todos estos inventos nos han deshumanizado porque también heredamos ese lado, ese ámbito del genio que evitaba ayudar en causas sociales y a quien no le temblaba la mano si tenía que amenazar a alguien de su equipo o de la competencia.
Gibney muestra todas las aristas de Jobs, su complejidad e importancia. También deja entrever una clara advertencia sobre aquella necesidad que tenemos los consumidores de dejarnos seducir por una idea o invento, que bien podría transformarse en la caja de pandora de nuestros días (es cosa de pensar en el reciente ejemplo de la inteligencia artificial desbocada y desconectada por informáticos de Facebook). El legado y aporte de Jobs fue muy relevante, sobre todo, al facilitar la realización de negocios y el acceso a la información mediante entrañables aparatos. Sin embargo, también nos echó encima necesidades que antes no teníamos, las que han alimentado nuestro voyerismo, además de cierta sensación de soledad y abandono. The Man in the Machine es la contradicción de un hombre, cuyo sueño fue cambiar el mundo y la forma de comunicarnos con los demás. En cambio, Jobs nunca cambió y eso hace que la frase Stay hungry, stay foolish que alguna vez dijo, con solemnidad y convicción, hoy pierda fuerza y credibilidad.
Título: Steve Job: The Man in The Machine / Director: Alex Gibney / Año: 2015