Todos los años suelo ver algunas series que me han marcado. Esto podría considerarse como una especie de tradición cinéfila que incluye propuestas audiovisuales como Twin Peaks, de David Lynch y Mark Frost; Millennium y Los Archivos Secretos X, ambas de Chris Carter; además de Los Sopranos de David Chase. Esta vez quiero referirme, por primera vez a la propuesta de HBO, una que posicionó al canal de cable como un estudio de televisión que no sólo podía producir películas propias, sino también series con ideas transgresoras a nivel de contenido, y que en el apartado formal no tenía nada que envidiar a una producción cinematográfica.

Todavía recuerdo cuando vi el primer capítulo en 1999. Estaba en mis primeros años de universidad cuando detecté los anuncios sobre una serie que se centraba en Tony Soprano (James Galdolfini), un mafioso de Nueva Jersey con problemas familiares y personales. La novedad, de la mano de David Chase en su calidad de creador de la serie, era la cotidianeidad de la vida de Tony sumado a sesiones de terapia junto a la psiquiatra Jennifer Melfi (Lorraine Bracco). A partir de entonces, Los Sopranos se extendieron por seis temporadas en torno a un relato coral que incluía personajes muy variopintos y ajenos a la vida de los televidentes.

En 2024 se cumple el 25 aniversario de aquel primer capítulo que produjo un impacto similar al de Twin Peaks de 1989 a 1991. Se podría decir que Los Sopranos contribuyó a definir nuevos estándares para la producción televisiva, a la vez que humanizó el ámbito de la mafia, despojándola de aquella descripción algo caricaturesca del género film noir estadounidense. Buenos Muchachos de Martin Scorsese ya había explorado esta idea, si bien Los Sopranos extendió el arco argumental, creando una serie de posibilidades desde la violencia y los excesos dentro de un núcleo familiar adornado con diversas tradiciones de la idiosincrasia italoamericana.

De Los Sopranos me impactó la figura de Tony Soprano, sus trancas familiares, la imagen de una madre castradora y su permanente rabia contenida, que cada cierto tiempo estallaba hacia cualquier tipo de rumbo. Gandolfini desarrolló un personaje que finalmente es un niño, antojadizo, narciso y controlador; atributos siempre ocultos detrás de su carisma y seguridad. Las crisis de pánico de Tony Soprano no eran sólo algo que se relacionaba con la mediana edad, sino más bien una reacción ante un ambiente de violencia permanente, en donde la moralidad siempre era algo totalmente ambivalente, sin sustento y poco práctico. Ahora bien, como espectadores, y me incluyo, todos disfrutábamos sus ataques de ira, incluso, cuando se cargaba literalmente a opositores, familiares y cualquier tipo de obstáculo. El fin último de Tony era salirse con la suya, y desde nuestro palco de televidentes, siempre resultaba atractivo proyectarnos en relación con sus soles y, sobre todo, bemoles.

La percepción de la vida, según palabras de Tony, era injusta y cruel, si bien él era un catalizador de aquel discurso. Galdolfini creó un personaje más grande que la vida misma, que a su vez lo devoraba todo. Su cuerpo era una extensión de sus propios excesos, pero también logró humanizar al personaje, con los problemas que son propios de la cotidianeidad familiar. En todo este ecosistema de vida estaba Carmela (Eddie Falco), cómplice pasiva y algo ingenua, pero también en oportunidades tan explosiva como su marido. Después estaba la tropa de Tony, con Silvio (Steven Van Zandt) como consiglieri, Christopher Moltisanti (Michael Imperioli) como posible sucesor; y Pauli Gualtieri (Tony Sirico), con sus extravagancias y eterna verborrea. También estaba la figura seudo paternal de su tío Junior Soprano (Dominic Chianese), que a su vez podría funcionar como rival o como resabio y conexión hacia el pasado de Tony; y en las primeras temporadas su madre, Livia Soprano (Nancy Marchand), figura que simbolizaba las carencias afectivas de la infancia, además de una sensación de amargura permanente. Se podría decir que todo el universo de los personajes de Los Sopranos, ya sea del casting permanente como de algunas apariciones ilustres, funcionaba como la extensión psicológica del hombre grande de Nueva Jersey. Las reacciones de Tony hacia cada uno de estos nombres, incluyendo a otros familiares, rivales y cercanos, nos permitía ver algo más de él, de esta personalidad que se fue presentando, desarrollando y extinguiendo a lo largo de seis notables temporadas.

Los Sopranos, al final, terminó convirtiéndose en un referente de la cultura popular. Quizá lo más perturbador de todo es que al final nos conmovíamos del personaje más cruento de todos, pasando por alto sus pecados y bajezas morales. David Chase nos sedujo desde el mal y de la imagenología de lo que podría ser un jefe del hampa que día a día se escurría como pater de familia, vecino o miembro de una ciudad con sus particulares códigos. Las sesiones con la psiquiatra Jennifer Melfi nos permitía escuchar al monstruo, otrora Frankenstein que también conseguimos amar y odiar. Aquel espacio de conversación dio pie para otros productos audiovisuales como In Treatment y esto sucede, finalmente, porque como espectadores somos simples voyeristas. Nos gusta ver lo impensado, nos gusta escuchar las historias sobre psicópatas, evitamos ver crímenes, pero al final, queremos ver las fotografías y también escudriñar en los pensamientos, en la vida privada, de alguien como Tony Soprano hasta el punto de querer que se salga con la suya. Tony representaba el epítome del llamado wiseguy, un sujeto más vivo que otros y que es capaz de tomar la vida, casi siempre, desde lo que desea y los excesos.

Lo que hizo único a Los Sopranos no sólo se relacionaba con sus variopintos personajes, sino también con las pequeñas sutilezas de la vida diaria. Usualmente había silencios, espacios de contemplación, situaciones absurdas, en fin, escenas que a veces se extendían por un par de segundos. Aquella sensación de costumbrismo, de pequeños detalles, estaba presente en cada capítulo de la serie, lo que se amplificaba con una banda sonora que incluía canciones precisas, muy bien seleccionadas, como extensión de los contextos y sentimientos de cada personaje. Este atributo elevaba a la producción de HBO hacia ámbitos insospechados que incluían notables y creativas escenas de sueños, especialmente los de Tony. Se podría decir que este tratamiento cinematográfico, heredero de grandes filmes europeos y americanos, estaba presente en todas las temporadas. Lo anterior, hacía que los recursos narrativos y audiovisuales de Los Sopranos fuesen innumerables. Esto era uno de sus principales atractivos para todas las audiencias.

James Galdolfini falleció en forma prematura en 2013. Todos los espectadores nos sentimos huérfanos porque se terminaba la idea de un ícono audiovisual de la sociedad de consumo, con los excesos y posibilidades de la cultura estadounidense, que influyó en series como Braking Bad. Cada cierto tiempo pienso en Tony Soprano, en el mundo de Nueva Jersey que conformó y que también destruyó, y en todos esos momentos que hasta el día de hoy perduran en mis recuerdos. Cuando me subo a mi camioneta y pongo la canción “Woke Up This Morning” de la banda Alabama 3, me imagino por unos momentos la intro de Los Sopranos. Sueño despierto con la posibilidad de ser soy Tony Soprano, fumando un habano y mirando por el retrovisor, mientras a mi lado se ven las calles de Santiago. Es una simple fantasía, algo absurda, pero que también expresa mi enorme cariño por una serie cuyo capítulo final nos dejó perplejos. Ahora bien, mirando con distancia aquella última imagen de Tony y su familia en un café, en medio de una tensa calma, pienso que aquel final no podía haber sido de otra forma.

Título original: Los Sopranos / Creador: David Chase / Intérpretes: James Gandolfini, Lorraine Bracco, Edie Falco, Michael Imperioli, Dominic Chianese, Vincent Pastore, Steven Van Zandt, Tony Sirico, Nancy Marchand, Drea de Matteo, Joe Pantoliano, Steve Buscemi, Robertt Iler, Jamie Lynn Sigler, Aida Turturro y John Ventimiglia / Años: 1999 – 2007.