Cuando David Lynch anunció en 2024 que sufría un Enfisema Pulmonar tuve claro que era cuestión de tiempo su partida. Sin embargo, tenía la esperanza de que podría volver a dirigir, lo que no sucedió. Quizá el último regalo que nos dejó, cinematográficamente hablando, fue su retrato de John Ford en el filme The Fabelmans de Steven Spielberg. El propio mago del artificio, el Rey Midas de Hollywood, de alguna forma le hizo un último homenaje en vida.

Me embarga una tristeza enorme la partida de David Lynch, quien fue uno de los autores que me conectó con este amor obsesivo por el cine. Mi primer acercamiento a su obra fue con la serie Twin Peaks, en la época en que revolucionó la televisión mundial, siendo Chile uno de los países cuyos habitantes también quedaron perplejos por el fallecimiento de Laura Palmer. Aquello fue hace mucho tiempo, pero recuerdo los diarios de la época con publicaciones sobre quién realmente mató a Laura Palmer. La historia de Twin Peaks se inspiraba en las telenovelas estadounidenses a la que se sumaron otros elementos como el surrealismo y un sentido de extrañeza con la que todos sentimos que estábamos viendo algo nuevo y único. Años más tarde, con el surgimiento del formato DVD, pude apreciar por primera vez todo lo que es el universo Twin Peaks y su influencia en otras series como Los Archivos Secretos X. David Lynch hizo que sintiéramos una absoluta fascinación casi inexplicable hacia todos los personajes de este pueblo chico, casi idílico, que debajo de su visibilidad casi mundana escondía desviaciones, excentricidades, violencia y amores no correspondidos.

El agente del FBI Dale Cooper se convirtió en el caballero andante que trataba de descifrar los misterios de Twin Peaks y la verdad indescriptible detrás del fallecimiento de Laura Palmer. Siempre quise vivir en un pueblo así, con una Log Lady que en la versión en DVD de la serie introducía los planteamientos mentales de su director, y del productor Mark Frost, ante una audiencia que quedaba hipnotizada con el score de Angelo Badalamenti. Es tanta mi fascinación por Twin Peaks que la banda sonora se ha transformado en uno de los tantos soundtracks de mi propia vida. Muchas veces recorrí en auto carreteras y caminos en zonas como el Cajón del Maipo escuchando dicho score, además de las canciones de Julee Cruise, colaboradora habitual de Lynch cuyas creaciones hablaban de amores despechados y, sobre todo, de un sentido de soledad inconmensurable.

Sigo en redes sociales al actor Kyle MacLachlan, eterno colaborador de David Lynch, quien vio en el director de Inland Empire no sólo un amigo, sino también una figura casi paternal. Cientos de colaboradores de Lynch deben estar sintiéndose muy solos y tristes en este momento. Como suele pasar con los cineastas que exploran de la manera más descarnada el alma humana, Lynch en vida era todo lo contrario. Fue un humanista que siempre en sus declaraciones trataba de hablar sobre la importancia de la creatividad sin límites. Era cercano con sus actores y equipos, quienes siempre expresaron un gran afecto hacia él. Desde otra perspectiva, se convirtió en un personaje que manifestaba la esencia de lo cool. Vestido de chaqueta y corbata negra, y con camisa blanca, se le podía ver como una de las personas realmente genuinas de Hollywood, a la vez que era consciente sobre su impacto en las audiencias. Esta situación se tradujo en una serie de seguidores en todo el mundo, algo equiparable a otros nombres como el de David Cronneberg.

David Lynch dirigió poco, pero cada una de sus obras representa en un universo por sí mismo, a la vez que casi toda su obra aborda aquella maldad casi subyacente que nos acecha en el día a día. Este sentido de lo pérfido se oculta en vecindarios, casas y espacios comunes, y también dentro del alma humana. Me acuerdo de la primera vez que vi Terciopelo Azul, cuyo protagonista -una vez más Kyle MacLachlan- descubría una verdad subyacente y perniciosa a la que no puede resistirse. Cuando descubre una oreja en medio de un sitio eriazo y después se la muestra a un detective, las reacciones entre ambos personajes parecen ilógicas y desajustadas de la realidad, casi con un sentido de naturalidad que sobrecoge e inquieta. Ese era uno de los grandes atributos del cine de Lynch, aquella capacidad para descolocar y atraer.

Sin duda, el cine de David Lynch inquieta. Momentos como el de Dean Stockwell cantando In Dreams de Roy Orbison con un emocionado Dennis Hopper; o de una persona enana bailando y hablando al revés en Twin Peaks, o el Club Silencio en Mulholland Drive; siempre serán momentos imperecederos del cine como lenguaje cinematográfico. Lynch, además, fue el único calificado para llevar al cine la historia de El Hombre Elefante, lo que sabía de antemano Mel Brooks que en su rol como productor le dio su primera gran oportunidad en la industria cinematográfica.

Pero la filmografía de David Lynch no era sólo sinónimo de personajes tortuosos y excéntricos. En sus películas también hubo espacio para otros registros como el de Una historia Sencilla, que bajo el alero de Disney, podría considerarse como una de las obras más accesibles hacia el universo lyncheano. Pocas veces en el cine me he emocionado tanto con la historia de Alvin Straight que en el rostro del actor Richard Farnsworth se convirtió en una de las películas más personales de su director. Lo cierto es que Una Historia Sencilla tiene todos los intereses de su director, si bien desde una óptica y tratamiento más convencional.

David Lynch ya no está entre nosotros, lo que nos deja un vacío enorme. Echaremos de menos al director de Corazón Salvaje. Yo lo echaré de menos, en especial su particular voz, reflexiones y la forma en que miraba y entendía el mundo. David Lynch fue uno de los grandes autores contemporáneos del cine estadounidense desde un estado y una comprensión del cine y del arte totalmente original. Sus obras, tanto las cinematográficas como las pinturas que hacía, siempre serán únicas. Sus incursiones audiovisuales me produjeron un enorme impacto, a la vez que sus obras, en cada revisionado, siempre me impresionan o bien descubro aspectos nuevos de ellas. Todavía no puedo creer que ya no está con nosotros. A veces mis amigos, colegas y conocidos no se explican o bien no comprenden la pena que me embarga este tipo de fallecimientos. Esto se debe a que el cine de autores como David Lynch, de una u otra forma, se transforman en parte íntima de la vida de los cinéfilos. Son amigos a los que no conocemos y ni siquiera saben de nosotros, pero de una forma misteriosa e inexplicable se conectan con nuestra individualidad. Su cine siempre me hablaba desde cierta intimidad porque ver sus películas se traduce en experiencias significativas difíciles de olvidar. Se quedan ahí, permanecen contigo, se mezclan con tus pensamientos en el día a día, y también te invitan a ser más creativo, misterioso, excéntrico y único como el propio David Lynch.

“Todas mis películas son acerca de mundos extraños, mundos a los que nunca podrías ir a menos que los construyas y los reproduzcas en una película. Eso es lo que verdad me importa de las películas a mí: ir a mundos cada vez más extraños”. David Lynch (1946-2025)